Alicia Lazzaroni /Monte Susana






Historia del tren de los presos de Ushuaia



Durante casi cuatro décadas, desde 1910 hasta 1947, el tren de la  cárcel llevó penados a cortar leña  hasta  las afueras del pueblo de Ushuaia, primero al monte Susana y más tarde al Cañadón del Toro, convirtiéndose en un elemento cotidiano del confín, como también lo fueron los inviernos de abundante nieve y la espera de los barcos que tres o cuatro veces al año traían víveres y noticias atrasadas desde el norte del país.
Pese a su vinculación con el presidio, que cubrió de mala fama a la capital fueguina, el tiempo y la distancia les dan nueva dimensión a los hechos del pasado. La memoria colectiva también puede comprender episodios adversos, recuperados con afecto como punto de referencia de la propia juventud y de la permanente búsqueda de identidad. Los pobladores guardaron entre sus recuerdos un lugar para aquel ferrocarril colmado de presos temidos desde lejos con sus uniformes estrafalarios, entre los que abundaban inmigrantes que encontraron el delito una forma inesperada de vida, nada parecido a lo que habían soñado cuando vinieron a hacer la América, muchos de ellos mal considerados delincuentes pese a haber delinquido.
El tren del penal causaba accidentes e incendios y trataba de repararlos, trasladando hombres al dispensario o bomberos para apagar las llamas. Era causa y efecto, enfermedad y remedio. Los niños salían todos los días a verlo pasar con la curiosidad con que se miran las novedades, aunque no lo fuera y, sin embargo, es lo primero que viene a la mente a la hora  de evocar, tal vez por ser un sitio cómodo y seguro donde refugiarse, como es el pasado en el recuerdo.


Kilómetro 1, Introducción.









El trabajo diario de la cárcel en el Monte Susana  y el Cañadón del Toro se complementó con la instalación de campamentos donde los penados de conducta ejemplar vivían durante el año. No todos estaban relacionados con la actividad maderera.
Estos asentamientos temporarios se establecían según las necesidades; cuando ya no prestaban utilidad sus precarias construcciones de chapa eran abandonadas, por lo que resultaba difícil ubicar a cada uno en su época de funcionamiento.
El régimen de los leñadores que gozaban de cierta libertad era diferente al de los penados que viajaban diariamente desde el penal para integrarse durante la jornada de trabajo y cuando la proximidad lo permitía.
Entre esos talleres al aire libre a 10 kilómetros de la cárcel se encontraba el campamento Leñadores del Monte Susana. Poco más lejos estaba El Turbal, en el Km. 14  de las vías del ferrocarril, en el Cañadón del Toro, donde al cierre de la  cárcel se instaló un campamento policial. Era habitual que la policía  ocupara las instalaciones en desuso del penal; en el antiguo emplazamiento del Presidio Militar, en Puerto Golondrina, tuvo un potrero.






Olga Bronzovich, otra pobladora, explica que en el campamento Leñadores auxiliares del Monte Susana vivían 16 penados, 4 guardiacárceles y 1 encargado. Allí había dos ranchos, de palo a pique -con maderas clavadas a la tierra verticalmente y colocadas unas al lado de otras- techos con chapas de zinc, con las puertas sin cerraduras ni candados. A 5 metros estaba la casa de empleados, de menor dimensión.
La rutina diaria empezaba a las 6 de la mañana. A las 7 sonaba el silbato, Los presos formaban y se pasaba lista. A las 8, luego del desayuno, se iniciaban las tareas. Un grupo de 14 presos y dos guardiacárceles desarmados salía al bosque, mientras dos presos limpiaban y preparaban la comida bajo la vigilancia de dos empleados.A las 16 tomaban mate cocido como merienda y comenzaban a preparar la cena. Las tareas finalizaban a las 17. Entre las 22 y la 1 los penados se iban a dormir, quedando a cargo de un guardia, con las puertas sin cerrojos.
Fusiles Máuser de 30 tiros cada uno, colgaban cerca de las camas.


Kilómetro 5, Los campamentos de leñadores.










El deseo de libertad era tan inevitable como difícil fugarse sin ayuda exterior. Los que se arriesgaban estaban expuestos a morir de hambre o frío y en el caso que alguna embarcación los cruzase hasta la orilla chilena del canal, como de vez en cuando sucedía, los carabineros devolvían a los fugitivos a la Argentina, siempre y cuando no fuesen presos políticos, que eran amparados en el país vecino.
Las fugas muy pocas veces llegaban a buen término, ya sea por la captura o matanza de los reos, su entrega  a las autoridades por propia voluntad o la muerte. A la evasión malograda, se sumaban los castigos aplicados como escarmiento.

El 2 de junio de 1937 se fugaron el frenero y el foguista del tren desde el galpón donde se guardaba la locomotora. La policía los aprehendió nueve días más tarde a 300 metros de la estancia Remolino, sobre el canal Beagle, alrededor de un fuego. El comisario, el director del penal y otros empleados también viajaron en el "Tomasito" de los Beban para buscarlos. La comisión los cercó,disparó al aire para asustarlos y les secuestró víveres y un hacha con las iniciales del presidio.
Este caso tomado de un expediente que se tuvo a la vista años atrás sin consignar el nombre de los presos, probablemente corresponde a la fuga que protagonizó Santiago Vaca, que se escapó por ese tiempo con un compañero formoseño que también desempeñaba tareas en la locomotora.
Vaca, militar condenado por herir a un superior, fue capturado y a los pocos años cumplió su pena y salió en libertad. En vida de su mujer, directora de una escuela en Salta, y tal como le había prometido, nunca habló sobre su pasado en el fin del mundo. Cuando ella murió, hace poco tiempo, dio a conocer el episodio y con la ayuda de su hija logró volver a Ushuaia en dos oportunidades a visitar la cárcel, ya convertida en museo.
Aquí rememoró sus andanzas, explicando detalles de la fuga planeada con Cáceres, su compañero en la locomotora.


"Poca importancia le daba yo al frío porque me escondía detrás de las peñas, de los árboles y los arbustos, siempre había que hacer ejercicio, no había que quedarse quieto. No sentía frío, iba bien abrigado con un chal. Ibamos por la orilla del canal, andábamos de noche nomás, de día estábamos escondidos. Ahí estuvimos como seis días.Encontramos a un indio y nosotros pensamos que él tenía que saber el camino para pasar a Chile, por dónde había que subir el cerro...Entonces le pregunté al indio ¿Dónde hay que cruzar la cordillera porque nos estamos fugando? El dijo sigan derecho nomás hasta que vean un aserradero y a una distancia de ahí está el camino que va para Chile. A mi amigo le dolían los pies. Le dije que debía tener una piedrita. Por eso se sacó los botines mientras comíamos y se pasó la uña por donde sentía dolor y se le salieron el cuero y la carne; se le estaba pudriendo el talón, en seis días con hielo ahí, no había tenido la precaución de sacarse las botas ni las medias. La cosa que no sabíamos que hacer. Bueno, dije, comamos los mejillones, luego pensamos, porque mi compañero por más que encontráramos el camino no creo que caminara mucho. Entonces ahí llegó la patrulla, porque el indio había avisado en el pueblo dónde andábamos. Habían venido como veinte soldados, nos ataron las manos a la espalda por detrás y a los empujones nos llevaron al aserradero."


Kilómetro 7, Fugas, motines y sublevaciones.









Alicia Lazzaroni nació en la ciudad de La Plata en 1954.
Desde 1966 reside en Ushuaia.
Cuenta que llegó navegando sobre un océano apacible, en un barco destinado a regazo.

Es profesional del turismo, recibida en la Universidad de la Patagonia, San Juan Bosco.
Entre 1986 y 1994 codirigió la revista Aldea.
Ha publicado cuentos, artículos turísticos y de divulgación histórica sobre la Patagonia y Tierra del Fuego. 
Es autora del libro " Gente de Montaña , memorias de 50 años del Club Andino Ushuaia".

"Monte Susana" es el primer libro de una trilogía en preparación, acerca del legendario presidio del Fin del Mundo.
















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