Graciela Fiorillo / Hillman 40
T al vez era nada más que el Río Luján, y no muy lejos de la parte de los recreos, de las mesas y asientos de cemento que se encuentran en el límite de la ciudad. Hoy, no puedo saberlo. Y ya no tengo a quién preguntarle. Sí sé que una vez que llegábamos con el auto, un Hillman 40 que ya para la época era un auto antiguo, al sitio de pesca designado por mi viejo, debíamos bajar a pie por una especie de barranca hasta la orilla del río. Era la felicidad. Mi papá llevaba las dos cañas de pescar y yo, con la lata de lombrices, trataba de seguir sus pasos, quiero decir: pisaba donde había pisado él. Era mi forma de sentirme segura en ese camino en bajada hacia el agua. Alguna que otra indicación me daba mi viejo para lograr un descenso sin accidentes. No puedo falsear el río. No era un cielo azul que pasaba, ni tampoco transparente. Tenía el color del barro, un poco más claro. Eso lo hacía misterioso para mí. Me preguntaba a mí misma sobre lo que habría más allá de la superficie. Lo qu