Graciela Fiorillo / Hillman 40




Tal vez era nada más que el Río Luján, y no muy lejos de la parte de los recreos, de las mesas y asientos de cemento que se encuentran en el límite de la ciudad. Hoy, no puedo saberlo. Y ya no tengo a quién preguntarle. Sí sé que una vez que llegábamos con el auto, un Hillman 40 que ya para la época era un auto antiguo, al sitio de pesca designado por mi viejo, debíamos bajar a pie por una especie de barranca hasta la orilla del río. Era la felicidad.
Mi papá llevaba las dos cañas de pescar y yo, con la lata de lombrices, trataba de seguir sus pasos, quiero decir: pisaba donde había pisado él. Era mi forma de sentirme segura en ese camino en bajada hacia el agua. Alguna que otra indicación me daba mi viejo para lograr un descenso sin accidentes.
No puedo falsear el río. No era un cielo azul que pasaba, ni tampoco transparente. Tenía el color del barro, un poco más claro. Eso lo hacía misterioso para mí. Me preguntaba a mí misma sobre lo que habría más allá de la superficie. Lo que extraíamos eran mojarritas y algún que otro bagre. A las mojarritas las ponía en un frasco de vidrio con agua y sin tapa. Lo traía a casa apoyado en el piso del auto, acomodado entre mis pies para que no se volteara. Esto de traer las mojarritas consternaba a mi madre, quien al día siguiente debía tirarlas porque ya estaban muertas. No recuerdo si yo podía imaginar un futuro mejor para ellas. En esa época no me impresionaba la muerte de las mojarritas ni la de las lombrices al insertarlas en los anzuelos. Escarbar con un cuchillo en la tierra del jardín para buscar lombrices tampoco me afectaba. Carecía en ese tiempo de toda conciencia animalista. Ensuciarme las manos y la ropa con barro no me molestaba en absoluto. Encontrar las lombrices era parte de los preparativos para la excursión con mi viejo. Y eso también era la felicidad.
El regreso a casa era muy alegre. Pero yo ya me empezaba a dar cuenta de que habría algo triste al final de la excursión: a mi mamá no le gustaban esas salidas. Era notorio. No decía nada, sólo ponía caras de descontento. Pero se resignaba y se ponía a lavar todo lo que habíamos traído sucio y me mandaba a bañar. Fin de la felicidad.








Graciela Fiorillo nació en Lomas del Palomar, Provincia de Buenos Aires, un 25 de enero de 1954, al mediodía.
Es Licenciada en Psicología y le gustan mucho los idiomas y las letras.
 Escribe cuentos y poemas 




Comentarios

  1. Que bueno volcar la felicidad de la infancia inconsciente de casi todo donde sólo importa el compartir. Después nos vamos complicando con reglas para todo. Para madurar?

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