Elena Irurzun / Momo




Caminaba sobre el lecho rocoso de un río que serpenteaba entre las montañas. Había tenido suerte en encontrar al grupo de Neanderthales después de haberse retrasado de su clan. Contaba con armas mejores y mayor habilidad para la pesca, lo que les aseguraba suficiente comida a todos, y protección para ella. Distraída, piso mal y resbaló cayendo por la barranca, escuchaba los gritos y las ramas lastimaban su piel desnuda.


Se despertó sobresaltada. La pantalla del celular marcaba las cinco de la mañana, y ningún mensaje nuevo. Momo, el chimpancé, dormía en su jaula. Lo habían comprado, junto a otros, a los cazadores furtivos que mataron a su madre. Y era el único  que habían logrado llevar, con Daniel a este planeta, después de que en la Tierra los partidos animalistas ganaran la batalla política prohibiendo la tenencia de cualquier animal no humano, con cualquier fin. Daniel, su esposo y jefe del proyecto de investigación sobre cognición en primates, del cual no tenía noticias desde hacía una semana.
Necesitaban financiar y ampliar el proyecto, conocer otras universidades y centros de investigación así que, desoyendo las advertencias, había partido de la ciudad dejándola sola. Viajar era peligroso les habían dicho, porque el planeta estaba en guerra. Una guerra extraña, teledirigida, donde no se conocía al enemigo, ya que los misiles caían alternativamente de un lado u otro y a ciegas se respondía. Así había sido por años.
Los primeros días la había llamado para contarle lo que iba encontrando, describiéndole el paisaje,  el camino. Pero los mensajes eran cada vez más escasos, con menos detalles, y ahora… había pasado una semana sin saber nada de él.
Tomó la decisión mientras compartía el desayuno con Momo. No conocía la geografía de este mundo. En verdad no sabía casi nada de él. Empacó todo cuanto tenían, lo poco que habían logrado llevar al huir de la Tierra después de ser condenados a muerte por la tenencia del chimpancé.
Atravesó la ciudad hacia las afueras, siguiendo las explicaciones que le había dado Daniel para dirigirse a la frontera oeste. Condujo despacio entre los edificios derrumbados y los basurales que la rodeaban. Por suerte los bombardeos habían cesado hacía un par de días.
Continuaron viajando por rutas desiertas, durmiendo en el auto hasta que se les acabó el combustible. El paisaje había cambiado de una planicie desierta a una llanura verde salpicada de grupos pequeños de árboles y flores. Sin ningún vestigio de civilización. Caminaron de la mano hasta el final del camino asfaltado. Una huella se adentraba después en el bosque. Decidió seguir el curso de un pequeño arroyo que encontró, así tendrían agua suficiente y armó la carpa para pernoctar mientras Momo le alcanzaba algunas frutas que había recolectado.  Unos días después alcanzaron el río que bajaba lento hacia una llanura. Caminaba apoyada en los hombros del mono que marchaba erecto. Encendió el fuego para cocinar lo que Momo había pescado y se acostó a descansar. Se sentía débil y no podía ver bien. Miro su mano mientras intentaba conciliar el sueño, sus dedos eran más largos.
Momo la despertó a la madrugada. Había apagado el fuego y estaba muy alterado. Intentaba decirle algo, no con el lenguaje de señas que ella le había enseñado sino con sonidos que no lograba entender. Algunas palabras o imágenes se fueron formando en su mente. Su nombre, Laura…peligro. Se concentró en leer los pensamientos del chimpancé… hombres… Momo. El grupo de Austrolopithecus cayó sobre ellos cuando entendió el significado, hombres como Momo.
Recostada contra el árbol en el que la mantenían atada, cerró los ojos y llamó telepáticamente al mono; pudo sentir el miedo y la sorpresa tenemos que encontrar a Daniel, por favor, pidió. Lo escuchó discutir con los otros primates, hubo gritos, ruidos de palos golpeando y cosas arrojadas. Pudo captar algunos pensamientos aislados ciudad, iguales a ella, fuego; la indecisión y el temor, hasta que llegó la respuesta, mañana. Gracias.
Caminaron varios días formando un grupo extraño. Podía ver los cambios que se iban produciendo en sus improvisados compañeros cada vez mas hábiles, en Momo y también en ella misma a medida que viajaban, hasta que se marcharon dejándolos en las afueras de una ciudad desconocida.
Miraron instintivamente hacia arriba mientras recorrían las calles silenciosas, entre edificios destruidos por las bombas. Pero el cielo estaba despejado, y de todas maneras hubiera escuchado el ruido de los misiles a kilómetros de distancia con su ahora agudizado oído.
Cientos de robots pululaban a su alrededor, limpiando; reconstruyendo; reparando. Aquí y allá se levantaban grandes invernaderos de cultivos hidropónicos y múltiples cañerías se enterraban en las entrañas de la ciudad. Los robots no les prestaban atención pero no eran los únicos habitantes. Apretó fuerte la mano de Momo. Podía sentirlos, saberlos parecidos a como era ella ahora. Agobiados por la sensibilidad extrema de sus sentidos. Aislados en sus casas subterráneas.
Se sentó un momento, pasó las manos por su cabeza alisando el poco cabello que le quedaba, pensó en Daniel. Sabía que estaba allí, no muy lejos, esperándolos. Sonrió al ver a Momo divertirse entorpeciendo la marcha de los robots que lo esquivaban ágilmente y continuó caminando guiada por el pensamiento de Daniel. Anduvo una calle tras otra hasta la casa; bajó varios niveles hasta encontrarlo en el sótano, recostado en un sillón, rodeado de máquinas que lo servían, limpiaban y alimentaban. Apenas podía verlo en la oscuridad pero Momo inmediatamente lo abrazó.
Antes de que sus cuerpos se debilitaran aun más dieron las órdenes necesarias para que los robots construyeran el vehículo con el que regresaron a la ciudad. Daniel abandonó el proyecto de investigación. Pasaba los días caminando por las calles de la ciudad en reconstrucción.
El chimpancé volvió a caminar sobre sus cuatro patas y a pasar cada vez más tiempo en la jaula. Nada parecía motivarlo y se negaba a participar en cualquiera de los experimentos con los que Laura intentaba saber qué recordaba del viaje, sus propias memorias borrándose según pasaban los días.
El ruido del teclado llamó su atención. En la computadora, en el ejercicio que había planteado, Momo tachaba sus nombres. Miró la pantalla del celular, sin mensajes de Daniel que había partido hacia el norte dos semanas antes. Preparó una mochila para ella, otra para el chimpancé e inició un diario de ruta. Condujo hacia el oeste otra vez, a las afueras de la ciudad. Esperó junto al auto mientras él se adentraba en el bosque. Cuando lo perdió de vista continuó su viaje.








Elena Irurzun nació en Buenos Aires, en la primavera de 1968.
Médica generalista de animales, escribe cuando las horas son largas y las noches se encienden.
Narradora destacada del género fan fiction, ha publicado numerosos fics de su autoría bajo seudónimo.    


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