Guillermo Fernández / Polonio espía detrás del cortinado





Hice todo lo posible para callar el sonido que me pegaba en la cabeza. Prefería el dolor antes que los martillazos de aquello que nunca me había atrevido a pensar. ¿Cómo se detenía, Elena, aquello que ya había comenzado? Ya me hablaba a mí misma. Creo que era una de las formas de parar con mi cabeza. Hablar sola, contestarme para no aturdirme con las posibilidades. Polo nunca podría llegar a dispararme. El espanto era mi sombra. Mi propia voz me generaba intranquilidad. Es terrible esperar a solas con la conciencia. Fui al living solo para comprobar que podía estar cerca del teléfono cuando sonara. Quería ruido para tapar mi voz. Puse la radio. Cualquier FM servía para romper con el murmullo que salía de mi boca. La prendí. Intenté prestar atención a la música. A la canción la seguía la voz de la mina que tenía adentro. Me verás volar ella me repetía. No podía distinguir quién era quién. Ese me verás caer que replicaba cada vez más fuerte. Subí el volumen de la radio para que ella no siguiera machacándome. Fue imposible. Parecía que cantaban los dos. Con más volumen lograría taparla. Me verás caer como ave de presa. Al rato me di cuenta de que golpeaban a la puerta. No había escuchado el timbre. Bajé la radio. La mujer de al lado me dijo que estaba descansando, por favor. Le pedí disculpas. Empezaba a desconocerme. Nunca había tenido problemas con nadie. Todavía Polonio no había comenzado a matar y yo ya tenía conflictos en el edificio. Cuando a uno le pasan cosas que no puede entender, está trabajando alguien en su cuerpo. Alguna persona que le domina la voluntad a su antojo. Me dejarás dormir al amanecer. Siempre hay alguien que dirige nuestras decisiones. Apagué la radio. Miré el reloj de la cocina. Las ocho en punto. Sabrás ocultarte bien y desaparecer entre la niebla. Otra vez en mi cabeza golpeaba la letra. Me quedaba un último refugio en mi propio departamento. Fui al dormitorio para escapar de la hora. Me tiré en la cama, estrujé la almohada como lo hacía en las noches que no estaba Polonio. Quería retenerlo para mí, sacarlo de la captura de Mirna. Nunca se me había ocurrido pensar que no iba a ser fácil que Mirna nos abandonara. Le habíamos sido útiles. Nadie deja lo que le sirve. Apreté mi cabeza en el hueco de la almohada para que se fuera el dolor. En dos o tres días Mirna estaría de vuelta con nosotros, buscándonos por Florida, entre la gente, para mirarnos a la cara y preguntarnos cómo andamos después de los crímenes. Nos contaría que habría otros. Habíamos sido muy obedientes y disciplinados. Nos diría que Polonio podría seguir ejercitando con otros pasajeros. La habitación 308 tendría que ser ocupada inmediatamente por nuevos huéspedes. Los colchones se cambiarían por otros sin usar. Nadie podría sospechar que en la habitación hubo dos muertos. Mirna había sido inteligente, demasiado capaz en aprovechar nuestra energía. Ella misma se había probado. No iba a ser por única vez. Otra vez la letra. Me dejarás dormir al amanecer entre tus piernas. Siempre el más débil fue Polonio. Nunca Mirna nos soltaría. Vendría una y otra vez para señalarnos otras muertes. Yo tendría que ser siempre la que empuja a Polonio al cortinado. No. No. Mañana la llamaría para decirle adiós. Todo había finalizado. Ya no había más trato. Tampoco quería verla. Solo llamarla. Un nuevo encuentro sería el comienzo de otro crimen. Me di vuelta y me tapé la cara. Se me había ocurrido algo terrible. La cabeza me estallaba con la sola idea de lo que íbamos a hacer con Polonio. Pensándolo bien, no estaba tan desacertado tramar una nueva muerte. La de Mirna. Encajaba todo a la perfección. Había tíos que se podrían ocupar del pibe. La depresión del engaño iba a acrecentar la locura. Por ahora, Mirna sobrellevaría el dolor. Pero la angustia desaparece y deja lugar a la venganza, en vano, porque no habrá marido para aplicarla. Nada más apropiado que el propio cuerpo para el castigo. El dolor de cabeza iba disminuyendo. En segundos había resuelto cómo retomar la vida con Polonio. Pasarían meses, sin duda, pero los dos estaríamos en libertad. Solo algunas personas con memoria la recordarían como la mujer engañada gracias a los periodistas que se encargarían de reavivar el suceso del Hotel Buenos Aires. Pobre mujer, se diría, ya no pudo continuar con su vida. Seguro que buscaríamos la forma con Polonio pero sin la ayuda de Mirna. Tendríamos que pensar bastante. Había tiempo. El gran paso ya lo habíamos dado con dos disparos. Polonio debía conservar los guantes. El arma no iba a ser difícil comprarla. Seguridad. Solo por cuestiones de seguridad. En el Hotel la cuestión se ponía difícil. No me reconocía. Había logrado callar mi propia voz y ahora con solo unos minutos era otra Elena sin miedo y más decidida. La cabeza muchas veces nos juega una mala pasada pero otras nos acerca una bendición.
Me levanté para ir al baño. Era tarde. Miré la hora. Las diez de la noche. Fui al living y prendí la luz. No quería la oscuridad. Ni escuchar otra voz que la que ahora me acompañaba. Pese a todo había alcanzado algo de felicidad. Un poco nomás. Me di  cuenta de que sonaba el portero. El ruido me sobresaltó. Caminé rápido hacia la cocina. Creo que había sonado varias veces. Lo levanté con miedo. Todo se podía derribar en segundos. No sabía si había valido la pena haber pensado una posibilidad para volver a vivir.
Escuché la voz que no quería oír. Volvía otra vez el castigo. La tranquilidad había sido muy breve. Entre la niebla un hombre alado extraña la tierra. Me verás caer.


Polonio espía detrás del cortinado ( novela)
Guillermo Fernández
Editorial Letra Viva,Buenos Aires, 2016.



Guillermo Fernández

Nació en la ciudad de Buenos Aires en 1951. Magister en Ciencias del Lenguaje título otorgado por el Instituto Superior del Profesorado Joaquín Víctor González. Ejerció la docencia en los niveles medio, terciario y universitario. Ha desarrollado la investigación académica en el área de sociolingüística y especialmente en temas vinculados con la variación sintáctica. Publicó en la revista Universos de la Universidad de Valencia, en la Revista Internacional de Lingüística Latinoamericana (Vervuert, Madrid) y en la Revista de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina.  También participó de congresos de la especialidad.

Actualmente es miembro del Centro de Lecturas: Debate y transmisión, ubicado en la calle Ambrosetti 1000, Parque Centenario. Se desempeña como coordinador del Área de Arte de la institución y, además, dicta en el mismo Centro,  los talleres  de escritura y de lingüística.

Ha escrito Sólo razones (cuentos, 2005, El Farol) y las novelas Nadie muere en un bello día (2010, Deldragón), El cielo de Lucy (2012, Letra Viva) , Polonio espía detrás del cortinado (2016, Letra Viva) y  Demonios en Jeppener ( Editores Argentinos, 2018).


Polonio espía detrás del cortinado ha sido presentada en el mes de octubre, en la Librería Paradoxa, de la ciudad de Rosario.




               
                                      Soledad Rithner / pintura sobre papel, técnica mixta, 2017.

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