Malevo Sollozante / De un domingo gris





La situación de la familia de Rocío era desafortunada. El padre golpeaba a la madre, tanto así que, en la espera del hijo menor, se vieron obligados a adelantar el parto debido al maltrato físico. La mujer no pudo soportar más golpizas, y el bebé nació en la bañera con el pecho deformado.
            Gracias a su hermano mayor, Rocío se interesó por la música desde temprana edad. Estudiaría la música cubana tradicional, el movimiento hippie de los sesenta, el punk nacional, el tango y otras variantes de world music. Comenzó a cantar a los once años, y, pasado el tiempo, tocaría la guitarra e interpretaría sus propias canciones.
En un principio se juntaba con los amigos de su hermano, consumidores y borrachos que se paraban de mano con cualquiera que, ante sus ojos, los mirara con prejuicio. Rocío no participaba de esos actos de violencia, y tampoco sentía atracción hacia las drogas. Repitió tres años de secundario, y, a los veintiuno, fue a parar a un acelerado para adultos ubicado en Almagro. Fue ahí donde la conocí.

Sentí una atracción inmediata hacia ella. Nos hicimos amigos, hablábamos sobre música, nos intercambiábamos libros y hacíamos travesuras estúpidas, como escondernos al fondo del patio a fumar cigarrillos.
Una noche, al salir de un bar, vino a casa por primera vez. Escuchamos música y luego nos fuimos a dormir, yo en mi cama y ella en un colchón. Ambos sabíamos que queríamos dormir juntos. Pero no lo hicimos, y tampoco lo haríamos en el futuro.
Nos despertamos al mediodía y fuimos a comprar hamburguesas a un McDonald’s. Ella era vegetariana, pero, puesto que era domingo y los lugares de comida cercanos estaban cerrados y no había nada en mi casa, no quedó otra. Cuando regresamos, me confesó que era bulímica. Lo dijo naturalmente, como si estuviera diciéndome qué planes tendría para el día siguiente.
            Se quedó en casa dos días, no quería regresar a la suya por los desvaríos. Mis padres me citaron para decirme que se fuera, como si estuvieran retándome por haber sacado una mala nota. No les dije la verdad en su totalidad, y logré que no la echaran.
            Rocío dormía en casa casi todos los días. Reíamos y fumábamos cigarrillos, mirando películas en la computadora que yo tenía en mi habitación.
Una tarde vimos un capítulo de Skins, serie inglesa de drama adolescente que había pasado de moda, en el que un personaje, Freddi, es asesinado. Rocío golpeó la mesa del escritorio, diciéndome que cerrara la pestaña del video. No lo hice, y, cuando el capítulo terminó, dijo:
            —Me hace acordar a algo que vi.
           
            Se convirtió en mi mejor amiga. Escapábamos de clase para que ella tocara la guitarra. Yo la observaba. Ya no sentíamos atracción el uno por el otro, sólo teníamos una relación de amistad. Dado que ella era una mujer atractiva, tenía varias personas por detrás, pero poco actuaba.
Pese a que ella había dejado de ver a sus amigos, a los que acusaba de violentos, salíamos con los míos, y por primera vez la vi feliz.
           
Pasado el tiempo, nuestra relación se tornó tóxica. Nos deprimíamos, y la energía que circulaba dentro de mi habitación era densa. Un día, agotado por la situación, le dije:
            —Ya no podemos ser amigos.
            Nuevamente repitió de curso, y yo pasé al último año. No retomó los estudios.
           
La volví a ver en el acelerado luego de tres años. Ella debía buscar un certificado para cambiarse de colegio. Nos saludamos con un beso y le pedí perdón.
            —No tenés que pedir perdón —dijo —. Los dos estábamos muy mal.
            Acordamos para encontrarnos algún día, pero nunca se dio. Esa fue la última vez que la vi.

            Recuerdo su sonrisa y su habla con zeta, la melancolía que me producían esos domingos grises cuando estaba con ella. Hoy también es domingo, y pienso en Rocío fumando solo, encerrado en otra habitación, con las luces apagadas para generar el clímax de una memoria que sólo será memoria.




De un domingo gris

Malevo Sollozante 





Malevo Sollozante nació en el verano de 1997. 
Músico por vocación y decisión, la poesía un día, también lo alcanzó.
Así escribió un bello libro de poemas aún inédito.
Camina por las calles de Almagro, buscando una palabra que resista el olvido.

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