Fe y fidelidad / César Bisso
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
César Bisso nació el 8 de junio de 1952 en Santa Fe, capital
de la provincia homónima, República Argentina, y reside en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires. Es Licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos
Aires, donde se desempeña desde 1993 como Profesor de Sociología Política en la
Facultad de Ciencias Sociales de la citada universidad. Además de recibir la Faja de Honor de la Asociación
Santafesina de Escritores, obtuvo, entre otros, en el género poesía, el Premio
Regional “José Cibils” y el Premio Provincial “José Pedroni”. Coordinó los
talleres de escritura del Rectorado de la Universidad Tecnológica Nacional y
fue coorganizador del Primer Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de
Buenos Aires (1999). Participó en festivales y cónclaves en su país y en el
extranjero (Nicaragua, Perú, Chile, Cuba, Uruguay, Venezuela, España). Poemas
de su autoría fueron traducidos al italiano, francés, esloveno, portugués, turco,
alemán e inglés. Fue incluido en el volumen colectivo “Poemas del taller” (1975), así como en antologías
nacionales e internacionales: “Antología
de la poesía argentina” (Tomo III, con selección de Raúl Gustavo Aguirre), “Poetas argentinos de hoy” (con
selección de Julio Bepré y Adalberto Polti), “Poetas argentinos contemporáneos” (con selección de Nina Thürler),
“Entre la utopía y el compromiso” (con
selección de Antonio Aliberti y Amadeo Gravino), “Canto a un prisionero. Homenaje a los presos políticos en Turquía” (con
selección de Elías Letelier, Montreal, Canadá), “Poesía Latinoamericana. Argentina-Venezuela” (con selección de
Guillermo Ibáñez y Reynaldo Uribe), etc. En carácter de antólogo es el
responsable, junto a Graciela Zanini, de “9
de 9”. Como sociólogo participó del volumen colectivo “Discutir el presente, imaginar el futuro. La problemática del mundo
actual.” En el género ensayo se editó en 2014 “Cabeza de Medusa”. Publicó los poemarios “La agonía del silencio” (1976), “El límite de los días” (1986), “El
otro río” (1990), “A pesar de
nosotros” (1991), “Contramuros” (1996),
“Isla adentro” (1999), “De lluvias y regresos” (2004), “Permanencia” (2009) y “Un niño en la orilla” (2016). En 2005
fue publicada la antología de su obra poética “Las trazas del agua” (Universidad Nacional del Litoral) y la
selección de poemas editados e inéditos “Coronda”
(Editorial Arquitrave, Bogotá, Colombia).
1 — Nacido en la ciudad de Santa Fe, pero…
CB
— …a las pocas horas ya estaba
disfrutando de los aires de Coronda, ciudad de residencia de mis padres y
hermanas. Por tal motivo me defino como un corondino auténtico: allí transcurre
mi infancia, hasta diciembre de 1962.
Y hasta el día de hoy regreso asiduamente a mi terruño, donde perduran los
amigos y las emociones.
2 — ¿Cuándo comenzó tu relación con la escritura?
CB
— Según
contaba mi madre, en la escuela primaria siempre elegían mis redacciones para
la celebración de los acontecimientos patrios, pero no tengo mucho registro de
ello. Sí recuerdo que me gustaba leer y sabía visitar la biblioteca de la
escuela para buscar libros y revistas de aventuras. A mis diez años de edad,
mis padres eligieron otra ciudad para vivir y desde mi entrañable Coronda
partimos hacia Santo Tomé, una población a orillas del río Salado, pegada a la
capital santafesina. Y allí comencé a desarrollar mi adolescencia, acompañado
de mis hermanas mayores que trabajan en Plaza y Janés, una sucursal santafesina
de la antigua editorial española. Solían traer libros a casa y yo trataba de
leerlos como pudiera, sobre todo novelas épicas y románticas, que eran las
favoritas de la familia.
Así llegué a la escuela secundaria en el prestigioso Colegio Industrial
de Santa Fe, en 1964. Ese año fue muy raro, porque el colegio dependía de la
Universidad Nacional del Litoral y los docentes se dedicaron la mayor parte del
calendario escolar a realizar paros al gobierno del doctor Arturo Umberto
Illia. Nunca terminamos de acomodarnos como alumnos y pasamos de curso a duras
penas. Recién al año siguiente arrancamos con más energía y durante ese ciclo
sucedió algo inesperado: nuestra profesora de Literatura, Delia Travadello, de
reconocida trayectoria como investigadora literaria, me propuso que vaya a reportear
junto a Felipe Oliva, un compañero de curso, a un célebre escritor porteño que
había llegado a Santa Fe a dar una conferencia. Obviamente que esta señora
preparó el cuestionario a los precoces periodistas y partimos rumbo a “Los Dos
Chinos”, tradicional confitería del centro. Quien nos esperaba allí era nada
menos que Jorge Luis Borges, acompañado de un presbítero que lo había invitado
y hacía de anfitrión, por entonces Jorge Bergoglio a secas. Poco recuerdo de
aquella entrevista, pero sí tengo presente la respuesta de Borges a una de
nuestras preguntas: “Señor, ¿qué hay que
tener en cuenta al momento de escribir?” Y Borges respondió algo así: “Tratar siempre con sobriedad el lenguaje.
Por ejemplo, decir que el sol es luminoso, pero nunca indecible”. Esa frase
me quedó registrada para siempre. Y
muy pocas veces la conté a esta anécdota. Hoy, con el tiempo, quizás tenga algo
más de color (para el gran público), lo que sería el encuentro entre un
estudiante adolescente, el escritor mayor del país y el futuro Papa de la
iglesia católica. Para mí, lo esencial sigue siendo internalizar que la
sobriedad siempre debe estar presente al momento de escribir.
3
— ¿Y después?
CB — Llegó
uno de los momentos más tristes de mi vida. En 1966, mi hermana Graciela
falleció de leucemia a los veintiún años de edad. Su muerte me despertó una terrible
angustia y la única manera de consolarme era escribiendo. Y así, desde el
dolor, nacieron los primeros esbozos de poemas, tal vez porque ella fue quien
más me alentó a acercarme a la lectura y a la escritura. Se había recibido
recién de maestra y si bien nunca llegó a ejercer, siempre estuvo alentándome.
Aún la extraño. Un ser pleno de amor, al igual que mi otra hermana mayor, Ana
María, quien se dedicó a cuidarme y mimarme como una segunda madre.
Pero la vida continúa y en ese año
trágico suspendí mis estudios para retomarlos al siguiente. Y en 1969, ya en
cuarto del colegio industrial, me encontré con una profesora de Literatura
Americana, quien nos hizo conocer tres poetas esenciales: Walt Whitman, César
Vallejo y Pablo Neruda. Con ellos y con Borges me lancé al río tumultuoso de la
poesía y nunca más dejé de nadar, aun sabiendo que cada brazada te lleva más a
la deriva de lo desconocido. Incluso aquella profesora me incentivó para que
fuera a un taller literario. Tanto me gustó aquel descubrimiento de poetas y
palabras que mis estudios comenzaron a flaquear y a fin de año, con notas bajas
y desesperanzado, les comenté a mis padres que quería estudiar otra cosa, afín al mundo de las
letras. Mi madre fue tajante: sos ingeniero o te meto en el colegio militar. Mi
padre se quedó callado, como adivinando el futuro de su hijo. Y en marzo de
1970 estaba parado frente al Colegio de Oficiales de Campo de Mayo. Por suerte,
gracias a mi desagrado, fueron sólo
dos meses, porque rendí mal los exámenes de ingreso y debí retornar a Santo
Tomé.
Entonces me acerqué al taller literario
de la Asociación Santafesina de Escritores, que coordinaban Edgardo Pesante y
Miguel Ángel Zanelli, dos talentosos docentes. Y a mitad de año reinicié los
estudios en el Colegio Nacional para recibirme de bachiller. A fines de 1970
aparece publicado mi primer poema en el suplemento literario del diario “El
Litoral”. Fue entonces que mi madre aceptó mi incierto destino de escritor y se
olvidó del ingeniero y del militar. En 1973 seguí concurriendo al taller, a la
par que realizaba el curso de guardavidas, porque ese verano había conseguido
el puesto de bañero en el balneario del pueblo. Pero en abril me fui a la
colimba (me tocó Marina, con destino en el Aeropuerto de Ezeiza, en la base de Aviación
Naval). Y como ese año obtuve el Premio
Regional “José Cibils” para poetas jóvenes, el Comandante de la Base se
interesó en mis condiciones de escritura y me consiguió una especie de
corresponsalía en Ezeiza de la “Gaceta Marinera”, el diario de la Armada
Argentina. Publiqué notas de viaje y poemas, porque nuestra función era
recorrer por el aire los destinos australes del país. Fue una experiencia muy
linda conocer aquella Ushuaia de far west, aquel Río Grande ventoso e inhóspito
y tantos otros bellos lugares donde aterrizaba el DC 4. Fue una colimba mágica,
porque me trataron muy bien y podía viajar a mis pagos todas las veces que me
lo proponía. Tanto, que en 1974, mientras seguía bajo bandera, me inscribí en
el Instituto del Profesorado con sede en Coronda, para comenzar mi carrera de
Letras. Pero antes sucedió otro hecho notable: haciendo dedo en la Avenida
General Paz para llegar a Ezeiza, me alcanzó en su auto un señor con el cuál
comenzamos una charla insólita, porque cuando me preguntó a qué me iba a
dedicar cuando saliera de la conscripción, le dije “a escribir”. Se sonrió y me respondió: “Muy buena idea, mi cuñado es escritor y sería bueno que lo conocieras”.
Y me dio una tarjeta que decía: Raúl Gustavo Aguirre, director de la Biblioteca
de la Caja Nacional de Ahorro y Seguros. A la semana siguiente estaba frente
aquien se convertiría en un verdadero faro literario. A partir de entonces
frecuenté la Biblioteca. Aguirre, siempre atento y gentil, dispuesto a
aconsejarme alguna lectura o presentarme a otros poetas, como al genial Edgar
Bayley, quien también trabajaba en dicha biblioteca, y con el que sólo pude
cruzarme aquella única vez. Todo lo que decía Aguirre era almacenado en mi
memoria: nombres de poetas y poemas de cualquier registro; reflexiones y
conjeturas acerca de la poesía y la vida.
Pero la colimba terminó y a principios de
junio ya estaba de vuelta, dispuesto a proseguir los estudios, trabajar y
continuar mi noviazgo con Analía, la mujer que hasta el día de hoy sigue a mi
lado. Lo primero que hice fue acudir a los consejos de Francisco Mian, un
distinguido profesor de literatura y crítico literario santafesino. Quería
profundizar mis conocimientos acerca de la poesía y él era la persona indicada
para orientarme. Por eso decidí estudiar Letras y aquel regreso a mi ciudad
natal me trasladó a la infancia y al reencuentro con los primeros amigos de la
vida, como así también al reconocimiento del paisaje y del hábitat de un pueblo
con el que siempre me sentí identificado y gozoso de pertenecer.
4
— 1974. Así que Aguirre, de pleno, y Bayley, de refilón.
CB — Así es, sobre todo Aguirre, porque
Bayley sólo fueron los segundos que duró un saludo. Con el tiempo registré la
dimensión de aquel fugaz encuentro.Pero en 1974 también se produjo otro hecho
trascendente en mi vida. En el mes de septiembre, un
poeta que integraba el grupo Tupambaé me invitó a viajar a la ciudad de Paraná
a visitar al maestro Juan L. Ortíz. Confieso que aquella invitación me
sorprendió, porque poco conocía del poeta entrerriano, pero Horacio Rossi —el
poeta en cuestión— ya había viajado varias veces. Así que cruzamos con la balsa
del otro lado del río Paraná y nos fuimos a la casa de Juanele, donde la calle
Buenos Aires culmina en la alta barranca frente al río. Allí vi por primera y
única vez a ese hombre alto, flaco, silencioso, rodeado de incienso y de gatos:
sentado en el patio, sobre un sillón, con su pipa de bambú, su pelo blanco y
revuelto, su ropa y alpargatas andrajosas. Desde ese lugar gozaba la vida
Juanele. La contemplación sobre el río padre, el pequeño islote y más allá la
gran isla Curupí. Ya tenía 78 años y se lo veía complacido, relajado, inmerso
en el ritmo de los poemas. Poco supe decir esa tarde, porque había varios visitantes
de distintos rincones del país. Y Horacio, un ser locuaz y muy agradable —que
ya nos abandonó, lamentablemente [1953-2008]— era quien más preguntaba y
repetía versos de memoria. Nuestro poeta mayor sólo miraba, a veces sonreía y
de pronto disparaba desde su voz pequeña algún breve comentario. También le
dejé, con mucha vergüenza, un cuadernillo con algunos de mis primeros poemas.
Nunca sé si alcanzó a leerlos, espero que los haya omitido, aunque me hubiese
gustado una mínima opinión.
En
verdad, la poesía me había atrapado. Fue así que al poco tiempo (1975) organicé
el primer encuentro de escritores amigos de Coronda (entre otros convocados: Leopoldo Chizzini Melo, José Francisco Cagnín, Amalia Aldao,
Alfonso Acosta y Sara Zapara Valeije), que aún desperdigados por el interior
del país acudieron a la cita. No olvidemos que mi pueblo cobijó a Alfonsina
Storni, quien se recibió de maestra en la prestigiosa Escuela Normal, que tenía
como maestro de música a Zenón Ramírez, el padre de Ariel, el autor de la “Misa Criolla”. Tras aquel encuentro de
escritores apareció un volumen colectivo con poemas y cuentos de ocho
integrantes del taller literario de la ASDE. Aquella publicación resultó la
motivación más notoria para sentirme cerca de mi sueño de poeta. Fue la prueba cabal
de que algo raro había hecho con un montón de palabras y que la sociedad
literaria lo aceptaba. “Para Bisso llegó
el momento de soltar amarras”,sentenció el escritor Carlos Roberto Román,
en una crítica del libro que realizó para el “Nuevo Diario” de Santa Fe.
Pero en 1976 llegó la dictadura militar y
se acabó la carrera del profesorado, por razones obvias. Como ya estaba en
imprenta mi primer poemario de autor, “La
agonía del silencio”, faltaba saber qué pasaría con él, porque incluía
poemas celebratorios dedicados a Pablo Neruda, a Salvador Allende y a Raúl
González Tuñón. El reconocimiento más importante que tuve en ese momento fue el
comentario que hizo en el diario “El Litoral”, el escritor Lermo Rafael Balbi,
cuando el libro fue presentado en público. Saber que una de las mayores voces
de la literatura nacional me alentaba a seguir adelante significaba un gran
aliciente para mí: “Bisso es un poeta que
recoge mucho del estímulo de la naturaleza para desembocar en maduras reflexiones
filosóficas que no son, sin embargo, austeras disquisiciones filosóficas...
Ella (la naturaleza) le hace decir cosas que tiene conexión inmediata con su
medida humana, su estadio terrenal, su interrogante íntimo”. Aunque también
recibí la otra noticia: me llamó el secretario de Información Pública de la
Provincia, quien me conocía bien, porque además era gerente de noticias de
Radio LT 9, donde yo colaboraba como libretista. Me recomendó, con sutileza,
que no hiciera mucho ruido con ese libro. Comprendí la situación y acaté el
consejo. Entonces nacieron los años de soledad, donde decidimos con Analía
contraer matrimonio y refugiarnos en el trabajo de cada uno (ella en una
empresa constructora y yo en una editorial y librería santafesina, además de
escribir libretos radiales). Aquella oscuridad se contrapuso con la iluminación
de la lectura, porque en ese lugar
de trabajo pude leer todo lo que llegaba a mis manos y también conformar en mi
casa una amplia biblioteca, accediendo a libros depoetas y narradores de
todos los rincones del mundo.
5
— ¿Mantenías, Cesar, correspondencia con escritores?
CB —
Entre 1975 y 1977 establecí un animado diálogo epistolar con José Francisco
Cagnín, radicado en Villa Ballester y director del Museo Ceferino Carnacini,
quien fuera un pintor nacido en el barrio porteño de La Boca y fallecido en
1964 en la mencionada ciudad del Conurbano. Cagnín, más allá de haber vivido en
Coronda y transformarse en el escritor del pueblo a través de su libro “Caramelos de naranja”, con narraciones,
leyendas, anécdotas y poemas sobre célebres personajes lugareños, fue muy buen
amigo de Raúl González Tuñón. En sus cartas me contaba aspectos de esa relación
amical, como así también expresaba los consejos que un escritor de experiencia
podía ofrecer a un novel poeta. Precisamente al museo Carnacini llegamos en la
primavera de 1978 con Lermo Rafael Balbi, Susana Valenti y Julio Luis Gómez,
para dar a conocer nuestra poesía. El salón estaba repleto, porque Cagnín, que
era un notable relacionista público, había invitado a media ciudad. Nosotros,
acostumbrados a leer para veinte o treinta personas, no lo podíamos creer…
Otra animada relación epistolar mantuve
con el maravilloso Mario Vecchioli, poeta de la gesta gringa, quien radicado en
Rafaela se transformó en un maestro a distancia hasta que una enfermedad lo fue
alejando hasta su muerte, acaecida en 1978. También con Federico Peltzer, el
autor de la novela “La razón del topo”,
quien me escribía desde su entrañable Adrogué. Y con una joven de Quilmes, en
su primera etapa literaria, la que muchos años después alcanzó reconocimiento
como periodista y escritora. Me refiero a Sandra Russo, una mujer admirable.
6
— Te desempeñaste como periodista deportivo.
CB —
Desde 1977 a 1981: un oficio que pude disfrutar y al que siempre quiero volver.
Fui el redactor oficial de la revista “Unión de Santa Fe”, una gran institución social y deportiva que tenía
su equipo compitiendo en la primera división del fútbol argentino, y que en
esos años realizó excelentes campañas profesionales, obteniendo el
subcampeonato nacional de 1979. Fue una impresionante aventura recorrer el país
y conocer a los jugadores más famosos, como Diego Armando Maradona (a quien le
hice un largo reportaje para un diario santafesino), y casi todos los estadios.
En esa época prácticamente me olvidé de la poesía, ya que vivía atento a los
acontecimientos deportivos. También seguí con mis tareas de libretista en LT 9,
radio Brigadier López y en LT 10, radio Universidad. Me gustaban ambos oficios,
pero representaban poco dinero, entonces fundé un periódico en Santo Tomé, que
se llamó “La Voz” y salió a la calle en abril de 1980. Aventura a la que me
lancé junto a otros amigos que ejercían el periodismo a pura voluntad. Y como
libretista de ambas radios fui alimentando el arte de escribir, porque había
que preparar glosas todos los días para diferentes programas y los temas había
que buscarlos en la realidad cotidiana, en la historia, en la vida de
personajes célebres, en anécdotas de cualquier naturaleza, en el paisaje, en
los acontecimientos sociales, culturales, políticos, deportivos. Y también
había que llenar el periódico de noticias. Todo un desafío. Pero lo más
emocionante ocurría en los meses de febrero de esos años, cuando se
desarrollaba el famoso maratón acuático Santa Fe-Coronda, que representa casi
sesenta kilómetros de recorrido, donde los mejores nadadores y nadadoras del
mundo se arrojan a las aguas y tras ocho horas o más de brazadas sin pausa
llegan a la meta. Una competencia extraordinaria, que hasta el día de hoy se
sigue realizando. Yo me subía al yate de una de las radios y con mi máquina de
escribir construía semblanzas al paso de la carrera por cada paraje que asomaba
a orillas del río. Y el relator las leía con ese espíritu pasional que tienen
los periodistas deportivos, porque ese maratón se transmite como un partido de
fútbol que dura más de diez horas; realmente increíble cómo disfruta la gente
ese día domingo. Pocos argentinos saben que es la gesta de aguas abiertas más
bella del mundo. En ella no hay mares fríos, olas picantes, vientos adversos,
sólo el río manso y el vértigo del verde que invade las orillas, sólo la
solemnidad de islas imperturbables, sólo la brisa estival de cada febrero. Y
cientos de canoas raudas que acompañan a los briosos competidores, adornadas de
estandartes de diversos colores: rojo y negro; blanco y rojo (los colores que
representan a los dos clubes santafesinos); celeste y blanco nacional; azul,
blanco y rojo de la provincia invencible… Y el nadador que va en busca de la
gloria, rodeado del bullicio de las cumbias y chamamés que suenan desde las
embarcaciones, al compás de cada brazada. Y yo, acompañándolo desde la
escritura, imaginando ese esfuerzo inconmensurable, como quien busca un tesoro
en el río dorado.
7
— Periodismo, pero supongo que manteniendo vínculos con escritores.
CB — Continué
mi diálogo epistolar con Raúl Gustavo Aguirre, quien a fines de los setenta ya
había culminado los tres tomos de la “Antología
de la poesía argentina”, de Ediciones Fausto. Incluyó dos poemas míos, no
lo podía creer. Y tiempo más tarde acepté una invitación del Instituto
Hispanoamericano de Cultura para leer en Buenos Aires, junto a otros poetas
santafesinos. Aguirre ofició de presentador, ya que estaba entusiasmado en dar
a conocer la poesía del país profundo. Aquella noche, con su habitual modestia,
negó diferencias entre la literatura capitalina y la del interior, enfatizando
que “la auténtica poesía, por caminos
misteriosos, de alguna manera ayuda a que el mundo sea más habitable, la vida
más valiosa y el hombre más humano”. Gesto noble de un hombre que supo
orientar literariamente a muchos jóvenes de mi generación. Aquella delegación
de escritores, si mal no recuerdo, fue a fines del ‘81; la integré junto a Juan
Manuel Inchauspe, César Actis Brú, Arturo Lomello y Julio Luis Gómez. Y seguí
escribiendo, aunque sólo publiqué algunos poemas en suplementos literarios y
revistas. En ese viaje a Buenos Aires me relacioné con José Carlos Gallardo, un
poeta español radicado en Buenos Aires.
Lo evoco con su barba roja y su capa negra, seduciendo con su verborragia
andaluza. Aquel granadino estaba a cargo del Aula “Antonio Machado” de la
Embajada de España, y desde allá impulsaba encuentros, lecturas, diálogos y
cursos con poetas porteños y del interior. Un trabajo encomiable. Y otro amigo
que cultivé en ese viaje fue Rubén Vela, reconocido escritor santafesino que fue presidente de la
Sociedad Argentina de Escritores y quien también impulsó aquel convite.
Establecimos un vínculo que dura hasta hoy. Él se transformó en mi segundo
padrino, o mejor dicho,en un faro
del mundo de las letras. Siempre ha estado aconsejándome e invitándome a
las reuniones de escritores que organizaba en su departamento, sobre todo en la
época que vine a vivir a Buenos Aires y él se jubilaba en Cancillería como embajador.
Mi vida de periodista se amplió aún más,
porque el 1º de abril de 1982 salió a las calles santafesinas el diario “El
Federal”, y allí fui como jefe de Interiores, a cargo de noticias provenientes de toda la provincia. Pero
al otro día, el 2 de abril, estalló la guerra de Malvinas y pasamos a
tener una actividad inesperada. Ese momento se vivió con un frenesí especial,
trabajábamos prácticamente todo el día, nadie pensaba en horas extras, sólo
cubrir los avatares de la guerra con la poca información que llegaba. Así que
empezamos a buscar familiares de soldados de la región para hacer notas
emotivas, viajes a Reconquista y Paraná, donde se encontraban las bases aéreas
de los emblemáticos aviones Pucará, para entrevistar pilotos que salían hacia
el lejano sur. A mitad de la guerra, una compañera y yo nos ofrecimos como
corresponsales, porque queríamos estar lo más cerca posible de las islas,
incluso llegar hasta allá. Pero no pudimos acceder a esa posibilidad, a pesar
de nuestro entusiasmo y nuestro exceso de utopía,que tenía que ver más con la
inconciencia que con el coraje. La dirección del diario nos convenció de que
era una verdadera locura. Y nos quedamos vacíos y angustiados, aún más cuando
comenzaron a llegar al aeropuerto local los aviones que traían los primeros
ataúdes con los cuerpos de nuestros soldados ultimados. Todo se transformó en
zozobra, bronca, impotencia. En fin, el triste legado de una guerra absurda.
Fue
en septiembre de aquel año cuando conocí en Santa Fe, en la casa de un amigo, a
un hombre muy especial, pocos meses antes de su muerte. Aún conservo vívida aquella
tarde, tomando mate con nosotros, analizando el fin de la guerra y el futuro incierto del país. Sus palabras sonaban justas
y cada pensamiento era un aliciente para mí. Ese hombre sabio, ya anciano,
había llegado por la mañana, solo y en micro, desde la ciudad de Córdoba y al
otro día regresaba de la misma manera, sin rendir cuentas a nadie. Ese hombre
me permitió creer en la democracia que aún desconocía y en un país posible,
lejos de todo tipo de autoritarismo. Se llamaba Arturo Umberto Illia, el mismo
que vapuleaban con huelgas interminables en los años que fue presidente de los
argentinos, y entonces yo ingresaba al colegio secundario y como cualquier
adolescente que no entendía mucho lo que sucedía, sólo disfrutaba del hecho de
no ir a clase. Lo increíble es que Illia muere el mismo día que fallece Raúl
Gustavo Aguirre: 18 de enero de 1983. Dos golpes duros: uno, por tardío
respeto; el otro, por lejana y hermosa amistad.
8
— Es a fines de ese año…
CB — …que
retornó la bendita democracia. Entonces partimos a principios del siguiente
hacia Buenos Aires, junto a mi señora, dejando el periódico “La Voz” en manos
de mi hermana menor, María Luisa. En la gran ciudad capital comencé a trabajar
en el diario “Tiempo Argentino”, en Radio Splendid y en prensa de la Cámara de
Diputados, donde me había convocado el periodista Ernesto Omar Patrono. Había
que rearmar el país, eso pensábamos todos, de cualquier sector partidario,
organización social e ideología. Había que tirar del mismo carro, dejar de lado
los errores, los arrebatos de la intolerancia. Y poco a poco la vida recobró
sentido y volví a frecuentar la poesía. Los viejos y nuevos poemas se fueron
integrando en un texto bastante coherente con la realidad, y en 1986 publiqué
mi segundo poemario, “El límite de los
días”. Rememoro las palabras de Edgardo Pesante en el prólogo: “Diez años han pasado desde aquel primer
libro, tiempo en el cual César ha seguido nutriéndose de experiencias, de
buenas lecturas, en que quizás pasó meses sin escribir una línea. Sin embargo
veíamos un poema suyo en una página literaria, sabíamos de su participación en
una sesión de lectura”… Una perfecta síntesis de mi derrotero literario
desde 1976 a 1986. “Volver a empezar”,
como dice la canción.
Una vez adaptado al ritmo de Buenos Aires
comencé a frecuentar el ámbito cultural. Habíamos alquilado un departamento en el
barrio de San Telmo. Me relacioné con el grupo XUL, integrado por Jorge
Santiago Perednik, Emeterio Cerro, Fernando (Bubi) Kofman, Jorge Lépore y
Esteban Moore. Nos juntábamos en la pizzería “Guerrín”, y entre grandes de
mozzarella y cervezas leíamos poemas y charlábamos sobre literatura. Era gente
muy amena, divertida, cáustica. Cada uno con su estilo. Mi referente era Jorge
Lépore, a quien conocía desde
años atrás a través de Carlos, su hermano menor, quien trabajaba conmigo
en aquella editorial santafesina. Después sucedió algo terrible, porque su
hermano murió siendo muy joven. A partir de aquella circunstancia nos hicimos
muy amigos con Jorge, sobre todo cuando él también se radicó con su esposa e
hijo en el barrio de San Telmo. El grupo tenía un sello editor, Calle Abajo, y
en 1990 socializaron mi tercer poemario,“El
otro río”. Rescato una frase del prólogo que escribió Perednik: “César Bisso escribe acerca del mismo río
que Mastronardi y Ortíz y una vez más de su pluma sale otro río, lo que aparte
de necesario por ser un diferente escritor, esta vez es una elección poética:
la propuesta es hacer vertiginosamente del río, como lo indica el título, un
río distinto. El río cambia, es siempre otro. El del indio no es el del
conquistador, ni el del frutillero es el del vecino del pueblo; ni el exterior
es el río interior”… Este párrafo me abrió la idea de tener siempre al río
como un parámetro de lo que hay, de lo que somos, de lo que perdura más allá de
los avatares, las convulsiones, las diferencias. Y también de la memoria, pero
una memoria viva, en tiempo presente, como las propias aguas del Río Coronda.
Con aquel poemario tan demorado recorrí el país, pero sin ninguna duda el lugar
donde fui mejor recibido ha sido en la ciudad de Mendoza. En esa oportunidad
las palabras de presentación estuvieron a cargo de la escritora local Elda
Boldrini y luego actuó el prestigioso Coro Polifónico de la Universidad. Una gran
movida cultural, organizada por mi amigo José Fara.
Del ámbito literario que frecuentaba surgieron otros compañeros de ruta,
como Alberto Vanasco, Marta Cwielong, Rafael A. Vásquez, Enrique Puccia, Alicia
Grinbank, Norberto Covarrubias... Pero no me aparté jamás de mi pago chico.
Seguí viajando constantemente a Santa Fe, porque mantenía una relación
periodística con el diario “El Litoral” (colaboraba con notas de opinión), con
el periódico “La Voz” (en manos de mi hermana) y con la comunidad de Coronda.
Incluso no hice el cambio de domicilio, porque me gustaba votar allá, a los
candidatos comprovincianos. Recién en el nuevo siglo cambié el domicilio por
razones profesionales y laborales. Y también me hacía tiempo para contactarme
con los escritores lugareños (Roberto Aguirre Molina, Carlos O. Antognazzi, Osvaldo Raúl Valli,
Enrique Butti, Nora Didier, Estrella Quinteros, Marta Rodil, Roberto D.
Malatesta, y los ya nombrados Morán y Gómez) y visitar en Rincón [ciudad de San
José del Rincón] a la adorable y luminosa poeta Beatriz Vallejos. No obstante
ello, el meridiano cultural estaba en el centro porteño, donde pululaban los
cafés literarios. Volví a creer que era capaz de escribir poesía. Más aún
cuando conozco al cantante Alberto Cortez, con quien iniciamos una cálida
amistad. Alberto me invita a que lo acompañe al Festival de Varadero, Cuba, en
1987. Allí conocí a grandes talentos de la música y poesía de esa fascinante
isla caribeña: los precursores de la vieja trova, como Pablo Milanés, Silvio
Rodríguez y Vicente Feliú; más los pertenecientes a la nueva trova, como
Santiago Feliú, Donato y Roberto Poveda, Frank Delgado, Amaury Pérez y Carlos
Varela, sin olvidar al trompetista Arturo Sandoval. También quiero mencionar a
Marilyn Bobes, Reina María Rodríguez, José Pérez Olivares, Víctor Rodríguez
Nuñez y Rogerio Moya, entre los poetas y narradores. Incluso, con los primeros
de ellos participé de una mesa de lectura en la Casa de la Trova, en La Habana
Vieja. Al año siguiente regresé a la isla, invitado por el Instituto de Turismo,
y pude recorrer muchos rincones y ciudades, escribir notas para el diario “Tiempo
Argentino” y cubrir el Festival Internacional de la Guitarra, donde conocí al
músico, compositor y director Leo Brouwer. A partir de allí y durante dos años,
fui corresponsal en Buenos Aires de un programa cultural sabatino que emitía
Radio Rebelde, conducido por Albertico Fernández, un periodista de Prensa
Latina. Es imposible imaginar con la tecnología de ahora las peripecias que
hacíamos para salir al aire en esa época, todo muy desprolijo, pero servía para
contarles a los cubanos lo que acontecía acá, en nuestro ámbito cultural. Y
también me dediqué con otro compañero, Carlos García Puente, a tramitar la
posibilidad de que nuevos cantantes cubanos se dieran a conocer en la
Argentina. Fue así que trajimos a Santiago Feliú, para actuar en el primer
Chateau Rock que se organizó en la ciudad de Córdoba y en otros lugares del
país (Santa Fe, Rosario y Buenos Aires). Incluso, con Santiago realizamos un
dueto de canciones suyas y poemas míos, en la ciudad cordobesa de San
Francisco. Una improvisación a pedido del escritor local Fernando López, que
por suerte nos salió bien… Aquella tarea de pseudo productor musical se
agigantó, porque junto al músico Fernando Porta nos encargamos de organizar
festivales en todo el país para el Ministerio de Salud y Desarrollo Social de
la Nación, promocionando la donación de órganos para el INCUCAI [Instituto
Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante]. Destacados artistas
como León Gieco, Mercedes Sosa, Juan Carlos Baglietto, Alejandro Lerner, Teresa
Parodi, César Isella, Nito Mestre, Raúl Porchetto, José Ángel Trelles, Patricia
Sosa y Luis Alberto Spinetta, entre otros, participaron de aquellas
convocatorias libres y gratuitas.
9
— ¿Y “A pesar de nosotros”?...
CB —
Ese nuevo poemario que venía organizando lo publiqué en 1991 en el sello Correo
Latino, con un prólogo de Luis Benítez: “Lo
adecuado para Bisso es salir al encuentro de su poética y expresarla en sus
libros con total economía de rincones y recovecos, con tendencia a la tierra
abierta y llana, a la expresión directa porque también directo y fuerte es
cuanto tiene para decirnos a nosotros, sus lectores”. Oportunas palabras las
de Luis, porque aquel libro abarcaba la temática del amor pero no era un libro
romántico ni amoroso. Sólo quería trasmitir que “a pesar de nosotros” el amor
sigue vigente…:“herido de muerte por la
soberbia, / ultrajado por la vileza del engaño, / aturdido por la algarada del
recelo, / rasgado por las púas de la impotencia. / Y no obstante íntegro,
extravagante…” Lo presenté en La Gran Aldea, acompañado por Fernando Porta
y su guitarra, las voces de Cantoral y de un montón de compañeros de ruta.
Ese año también me brindó dos
reconocimientos literarios: la Faja de Honor de la Asociación Santafesina de
Escritores por un texto inédito y el Corindio, un galardón otorgado por la comunidad
de Coronda, que significa un premio al mérito que distingue a aquellos
ciudadanos que más hacen por el bien común, y donde el jurado está integrado
por veinte personas que se conocen como participantes del mismo y que en un
acto celebratorio dan a conocer su veredicto. La estatuilla del indio chaná,
con su lanza alzada, aún brilla en uno de los anaqueles de mi biblioteca. Lo
más trascendente de aquella noche de mayo en que recibí el premio, es que la
poesía se había transformado en un bien común para mi pueblo. Mi madre estaba
allí, feliz con el reconocimiento al hijo poeta. Pero mi padre ya no estaba, el
cigarrillo le había ganado la última batalla en marzo de 1985.
A comienzos de los noventa también me
acerqué a Rosario, mi segunda casa literaria. Encontré allí a poetas, algunos
ya conocidos de antes, como Guillermo Ibáñez y Jorge Isaías, y otros con los
que comenzaba a alternar: Eduardo D’Anna, Concepción Bertone, Reynaldo Uribe, Hugo
Diz, Malena Cirasa, Raúl García Barbra y Carlos Piccioni, por ejemplo. Mientras
tanto, en Buenos Aires, continuaban surgiendo nuevas relaciones entre los
frecuentes encuentros en cafés literarios y otros lugares de lectura: Rodolfo
Godino, Leonardo Martínez, Paulina Vinderman, Leopoldo Castilla, Julio Salgado,
Inés Manzano, Santiago Sylvester, Víctor Redondo, Ana Emilia Lahitte, José Luis
Mangieri, Graciela Zanini, Francisco Madariaga, Joaquín Giannuzzi, Amelia
Biagioni, Antonio Requeni, Hugo Padeletti, María del Carmen Colombo, Jorge
Boccanera,Jorge Ricardo Aulicino, Daniel Grad, Graciela Aráoz, Rafael Felipe
Oteriño, Horacio Castillo, Manuel Bendersky, Cristina Domenech; en fin, difícil
nombrar a todos. Por aquella época estuve participando en el Encuentro de
Escritores del Cono Sur, organizado por la Legislatura santafesina (1991), como así también en una mesa con
poetas uruguayos (Álvaro Ojeda, Silvia Guerra y otros) en Montevideo
(1992) y en un encuentro de poetas regionales realizado por el municipio de
Puerto Varas, Chile, a orillas del lago Llanquihue (1993). Más tarde partí a
Venezuela (1994), a participar en un encuentro de sociólogos en la Universidad
Central de Caracas, donde tuve la oportunidad de dialogar con el destacado
poeta y catedrático Rafael Cadenas, y de integrar una mesa de lectura con jóvenes poetas locales
que organizó la misma Universidad entre las diversas actividades colaterales.
En 1995, el gentil Mangieri me dio la oportunidad de publicar en su editorial
Libros de Tierra Firme, incluyendo mi poemario “Contramuros”en la colección Todos Bailan.Lo presenté junto al querido Rubén Chihade y su poemario“Cuerpo de olvido”, en Liberarte.
Aquella vez nos acompañaron los maestros Walter Ríos y Ricardo
Domínguez, en bandoneón y guitarra respectivamente. Creo que con semejantes
músicos nuestra poesía pasó desapercibida. Evidente era la alegría que tenía
Mangieri por aquella conjunción de tango y poesía. Otra noche de fantasía. Y “Contramuros” tuvo su estímulo en las
palabras que Rafael Felipe Oteriño expresaba en una carta: “Obra madura que, como pocas, explora esa zona de lo indecible que sólo
parece ceder ante la poesía: lo íntimo, el otro lado, lo paradojal que tanto
inquietaba a los órficos. Aunque en tu poesía hay una mirada contemporánea, con
la hechura de nuestro tiempo y de nuestros paisajes, urbanos o naturales, que
proporcionan el sabor de la auténtico”…
10
— ¿Y tu carrera de sociólogo?
CB —
Por entonces la había concluido y me había convertido en ayudante de cátedra
del doctor Aldo Isuani, que dictaba la materia Sociología Política en la
Carrera de Sociología de la
Universidad de Buenos Aires. A la experiencia de escritor, periodista,
productor, publicista y asesor de prensa institucional, le agregaba ahora una
profesión. Por eso me animé a hacer un posgrado en la Facultad Latinoamericana
de Ciencias Sociales (FLACSO), de Comunicación y Opinión Pública y otro en la
UBA para obtener el título de profesor universitario. Y en 1996 ingresé a
UNICEF y al Gobierno de la Ciudad, a cumplir tareas en el área de prensa de
ambos organismos. Era una actividad que me encantaba, porque me permitía estar
en contacto con todos los medios de comunicación. Hasta me llegué a fotografiar
junto al famoso lingüista norteamericano Noam Chomsky, cuando visitó Buenos
Aires y pasó a saludar al Jefe de Gobierno de la Ciudad. La prensa te brinda
esas oportunidades “cholulistas” (lo destacocomo una anécdota de color).
Pero la vida literaria siempre tiraba del
carro y me incorporé en esos años y por un tiempo breve a la Fundación
Argentina para la Poesía, un cenáculo de compañeros que se reunía todos los
miércoles en la casa del doctor Nicolás Dodero: Julio Bepré, Alfredo De Cicco,
Manuel Serrano Pérez, Julio Carabelli, Leonardo Martínez, Adalberto Polti, Horacio
Preler y Rubén Balseiro (seguramente había otros). Quizás uno de los logros más
significativos de la Fundación ha sido la publicación de periódicas antologías
de autores argentinos, que comenzó a plasmarse en la década del setenta, llega
a la actualidad y abarca los nombres de la mayoría de nuestros poetas.
Otro proyecto que surgió en esa época fue
la organización, junto a la periodista Mona Moncalvillo,de una serie de
reportajes públicos, auspiciados por la Fundación de Estudios Políticos y
Sociales Sergio Karakachoff. Los encuentros eran mensuales y entre las diversas
personalidades que invitamos nos dimos el gusto de contar con Héctor Tizón, el
notable escritor jujeño, a quien tuve el placer de recibir en mi casa junto a
su esposa y discurrir un largo rato sobre literatura y también sobre los
avatares de la realidad argentina, un tema que a Tizón le preocupaba mucho y
que hizo trascender con dignidad en aquel largo reportaje que le realizó Mona.
Y queda en la memoria otra aventura.
Junto a Omar Addad, cantautor corondino, compusimos una veintena de canciones
de diversos géneros musicales. Mi parte era la letra. Realizamos el registro
correspondiente de las mismas, pero mi amigo se fue a vivir a Puerto Rico,
enamorado de una muchacha boricua. Al tiempo regresó a Santa Fe, con un nombre
artístico, Juan Baena, y se dedicó a la cumbia. Compuso el famoso “Bombón
asesino” y le sonrió el éxito. Todo aquel proyecto a dúo duerme en los archivos
de SADAIC, pero estamos con ganas de reflotarlo.
Mientras tanto seguía escribiendo poemas.
Mi departamento porteño, y no la orilla del río, fue el recóndito lugar que
elegí para elaborar un texto desde una cosmovisión situada entre el panteísmo y
la metafísica (“escribo porque me alza la
naturaleza”,dijo Francisco Madariaga alguna vez),
que al tiempo me dio satisfacciones literarias. Fue así que en 1997
obtuve el Premio Provincial“José Pedroni”, el galardón más importante que
otorga la provincia de Santa Fe en poesía. En esos días me estaba mudando de
San Telmo al barrio de Palermo, y mientras acomodaba libros en cajas suena el teléfono.
Del otro lado, Julio Luis Gómez me daba la buena nueva. Pero ya ni me acordaba
que había presentado un poemario y aquella noticia prácticamente pasó
inadvertida en el fragor de la mudanza. A la semana, ya instalado en el
flamante domicilio, lo llamé a Julio para agradecer y averiguar un poco más del
tema. Aquel texto inédito se tituló “Isla
adentro”y la editorial provincial lo publicó en 1999. Me solicitaron un
prólogo, que generosamente escribió Madariaga: “No se puede olvidar lo que es donación permanente, como el caso de
este excelente libro, donde César Bisso demuestra estar muy lejos de los bajos
plafones de los impostores redactores de
poesía”. Una amenaza crucial para Coco [Madariaga] respecto al uso del
arte de decir.
11
— Década la del ‘90 en la que coordinabas, organizabas, viajabas…
CB —
Coordiné las actividades literarias de la Segunda Bienal de Arte Joven de
Buenos Aires, un festival de cultura organizado por la Federación Universitaria
de Buenos Aires y dedicado a los estudiantes universitarios del país. Era el
año 1996. Impulsamos mesas de lectura, conferencias y tres premios literarios
(poesía, cuento y ensayo). Al año siguiente me animé a organizar en el Centro
Cultural General San Martín las “Jornadas de Poetas Santafesinos”, donde llegué
a nuclear en tres noches diferentes a Hugo Padeletti, Amelia Biagioni, Rubén
Vela, Diana Bellesi, Jorge Isaías, Sara Zapata Valeije, Concepción Bertone,
Daniel García Helder, Patricia Severín y varios poetas más. Me gustaría repetir
esa experiencia, porque fue un verdadero muestrario de la obra de poetas que se
identificaban por una única referencia: ser santafesinos.
Y si bien ya había participado por primera vez en 1996 en el Festival
de Poesía de Rosario, donde el público rosarino acompañó cada noche con mucho
fervor, sobre todo cuando Juan Gelman cerró el festival, fui nuevamente
invitado en 1998 como ganador del Premio “José Pedroni”. Fue uno de los
festivales más convocantes, con la presencia del peruano Antonio Cisneros, el
colombiano Juan Manuel Roca, la uruguaya Circe Maia y el chileno Gonzalo Rojas.
Fue muy conmovedor, porque más allá de la poesía, hubo interrelación entre los
participantes. Noches de anécdotas increíbles y mucho alcohol, hasta después
del alba. Y la presencia afectiva de jóvenes poetas: Lisandro González, Cintia
Samperi, Sergio Gioacchini, Pablo Ascierto, Fabricio Simeoni, Andrea Ocampo, Sebastián
Riestra, entre otros. Y además, reencontrarme con la poeta corondina y amiga de
la vida: María Paula Alzugaray. También surgieron nuevos compañeros de otras
generaciones literarias, como Ana María Russo, Reynaldo Sietecase, Roberto
Retamoso, Jorgelina Paladini, Enrique Diego Gallego, Héctor Berenguer, etc. En
fin, “Isla adentro” fue el caballo de
batalla de esos años. Significó una bisagra en mi obra poética, no por el
premio, sino porque abarcaba una temática que reforzaba un estilo y, a la vez,
me situaba con una miraba abierta a la naturaleza, donde el pasado se vuelve
devenir y lo inmutable se vuelve travesía. “Recrear
la naturaleza, comprenderla, dotarla de un sentido. El mundo está allí y no
necesita de nosotros. Somos nosotros quienes, para perdurar, debemos
resignificarlo. Exiliado en la naturaleza, el hombre tiene el lenguaje; éste
parece ajeno al cielo, al agua, a la tierra. Y sin embargo, sólo el hombre es
capaz de nombrarlos, de recuperarlos para sí, recuperándose: ahí está su
salvación”… Estas palabras pertenecen a Delia Pasini, quien presentó el
libro junto a Marcelo di Marco en el Centro Cultural Ricardo Rojas, en la
primavera de 1999.
Pero ese año no sólo presenté un libro de
poemas: me había embarcado junto a Susana Villalba y Fabián San Miguel a
organizar el Primer Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires,
auspiciado y respaldado económicamente por el Gobierno de la Ciudad.
Presentamos aquella idea a los funcionarios de Cultura y al poco tiempo se
transformó en un gran proyecto: desde el exterior trajimos poetas de reconocimiento
internacional, como José Emilio Pacheco, de México, la portuguesa Ana Luisa
Amaral, el español Juan Carlos Suñén, el francés Dominique Sampiero, el
brasileño Ferreira Gullar, el peruano Arturo Corcuera, el ecuatoriano José
Adoum y el paraguayo Elvio Romero, entre tantos. Incluso enviamos invitación
oficial a los premios nobeles Dereck Walcott (Islas Vírgenes) y Seamus Heaney
(Irlanda), quienes se excusaron por haber asumido compromisos previos en su
agenda, al igual que Edoardo Sanguinetti (Italia), Ives Bonnefoy (Francia) y
José Hierro (España). ¿Se imaginan la magnitud que hubiese adquirido aquel
festival con todos ellos presentes, más los argentinos que fueron convocados,
más todos los que hicimos fuerza desde afuera como público? Porque nuestra premisa
fue invitar a reconocidos poetas foráneos, así como a argentinos residentes en
nuestras provincias: Néstor Groppa, Juan Carlos Moisés, Miguel de la Cruz...
Sólo nos permitimos una mesa de los notables, integrada por Leónidas Lamborghini,
Madariaga, Giannuzzi, Rodolfo Alonso y Antonio Requeni. Queríamos que los
poetas porteños y los residentes escucharan a aquellos visitantes lejanos, o
los nuestros, los más silenciosos, que rara vez acudían a Buenos Aires. Lamentablemente no se pudo organizar
otro festival con un fuerte apoyo oficial. Un festival que me dejó una amistosa
relación con José Emilio Pacheco. En esos días me transformé en su lazarillo.
Lo recuerdo el último día de su estadía llegando a mi casa, con un gran muñeco
para mi pequeña hija Guillermina. Y después, sentado a la mesa del comedor,
saboreando un bife de chorizo a la parrilla, algo que para él era el manjar más
exquisito. Creo que todos los
días pidió en el hotel el mismo plato, acompañado de un buen vino tinto. Al
final de esa tarde lo acompañé hasta el aeropuerto de Ezeiza. Fue la
última vez que lo vi. Conservo su cordialidad, su grandeza de poeta y los
bellos libros que me obsequió. Y mi hija guarda aún aquel “bananas en pijamas”
que le trajo de regalo. Me causó mucha pena su absurda muerte.
El nuevo siglo nació con un
acontecimiento inesperado. Resulta que en el año 2000 fui invitado a un
festival de poesía en la ciudad de Santa Rosa, La Pampa. Acudimos poetas de
distintos rincones del país (vos, Rolando, y yo, regresamos a Buenos Aires en
el mismo avión), y allí surgió el grupo Bar a Bar, como consecuencia de transitar de un bar a otro cada
noche pampeana en que duró el festival. Sólo eran dos lugares, pero para
no aburrirnos, estábamos un rato en cada uno. Lo integramos cuatro poetas:
Eduardo D’Anna, de Rosario; Rogelio Ramos Signes, de Tucumán (aunque de origen
sanjuanino); Rodolfo Álvarez, de Junín, provincia de Buenos Aires; y yo.
Aquella aventura nocturna se transformó luego en un entrecruzamiento de
risueños dislates que empezamos a escribir en la revista “Maldoror”, que
Álvarez dirigía. Durante más de dos años intercambiamos en sus páginas poemas y
cartas, para luego plasmar la amistad en lecturas del grupo que realizamos en
Rosario y Buenos Aires. Pero hasta allí llegamos, disfrutando de una
experiencia encantadora.
A mitad de ese año viajé a París por razones profesionales. Fue un viaje
que incluyó las ciudades belgas de Brujas y Bruselas. En esta última ciudad me
pude involucrar en un festival de jazz y poesía, donde descubrí muy buenos
artistas de la talla de Pierre Viana, Pierre Van Dormael, Jean Louis Rasinfosse
y Fabien Degryse. Todo aquello que proviene de lo imprevisto adquiere una rara
sensación de identidad y pertenencia. En la legendaria Plaza Mayor la emoción me
atravesó el alma y no importaba conocer el idioma o la historia, sólo alcanzaba
con estar, compartir, ser uno más en esa maravillosa tribu de artistas paganos.
Aquellas dos tardes/noches en Bruselas fueron increíblemente bellas, imposible
de olvidar.
12
— Concluyendo estamosun milenio en tu rememoración y comenzando el actual.
CB — A
fines del 2000 perdí a una amiga: Amelia Biagioni. Una hermosa mujer y
extraordinaria poeta, oriunda de Gálvez, provincia de Santa Fe. Me llamaba por
teléfono y el saludo comenzaba con un “hola,
negro chupa naranja”. Así le saben decir los galvenses a los corondinos, en
una batalla dialéctica entre “gringos” y
“negros”. Siendo pueblos vecinos, ellos se identifican con la tierra
arada en una región de inmensos sembradíos y cuantiosos ganados. Nosotros con
el río y la pesca, en una vasta región arenosa donde abundan las frutillas y las
naranjas.
En 2002 concurrí con Rubén Vela, Liliana
Heer y Willy Bouillón a la Feria del Libro de Santa Fe para dar una charla
sobre “la escritura del exilio”, por
la razón de que éramos cuatro escritores que habíamos abandonado la provincia,
aunque no por razones políticas. Para los organizadores el concepto se
relacionaba más con el hecho de conocer la vida de aquellos escritores que
fueron a buscar otros horizontes y testimoniar si la distancia va enfriando a
través del tiempo la relación con el lugar de origen. No era mi caso en
especial, porque siempre estuve ligado de alguna manera al quehacer literario
santafesino, pero mis acompañantes habían perdido la brújula. Para ellos fue un
“dejavu” aquella experiencia.
Quizás por esa razón participé en el 2004
en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, representando a mi
provincia. Antes había sido convocado varias veces por la Fundación El Libro,
pero como un poeta más asignado a mesas de lecturas o presentación de libros.
Pero esa vez el gobierno provincial se acordó que había escritores santafesinos
residentes en otras partes del país y les dio la oportunidad de agregarse a la
delegación. A partir de allí mantuve una relación más estrecha con mis pagos.
Sobre todo cuando al año siguiente la Universidad Nacional del Litoral publica
una antología con poemas reunidos de todos mis libros. “Las trazas del agua”llegó a las librerías de las ciudades
principales gracias al empuje de la editorial universitaria. Para un poeta era
algo insólito. Además conté con el respaldo institucional, porque en cada
presentación estuvo presente el Rector junto a sus colaboradores, ya sea en
Santa Fe, como en Coronda, Rosario y Buenos Aires. Aquí nos animamos a
presentar el libro en la sala mayor de la Biblioteca Nacional, junto a su
director, Horacio González, y Rubén Vela. Los amigos acompañaron a pleno.
Además, el poeta Hugo Diz me invitó en esos días a presentar la antología
dentro de las actividades del Festival de Poesía de Rosario.
Antes, en el 2004 también participé en el
“Mayo de las Letras”, que organiza la Provincia de Tucumán, con la presencia de
poetas nacionales y extranjeros. Primero leímos en San Miguel de Tucumán, la
capital, luego nos dividimos en duetos por distintas ciudades del interior.
Junto al poeta español Pedro Enríquez viajé a Monteros. No parecíamos poetas,
porque nos nombraron oficialmente visitantes ilustres. Para nosotros era una
situación inusual (en mi caso, sólo había sucedido en 1998 en Rosario, cuando
la Intendencia me concedió el mismo halago), que recibimos con sumo placer y
agradecimos con una fervorosa lectura de poemas. Al día siguiente terminamos, y
los poetas nos volvimos a reunir en Aguilares, para el cierre de aquellas jornadas.
Allí descubrí al poeta platense Gustavo Caso Rosendi, una grata revelación literaria.
En 2005, la editorial Prometeo publicó un volumen de ensayos
sociológicos donde me hizo partícipe, sobre la problemática del mundo actual y
bajo el título de “Discutir el presente,
imaginar el futuro”. Fue mi primera incursión en una edición no poética, ya
que desde mi profesión de
sociólogo sólo había publicado notas de opinión en diversos diarios y
revistas. En 2006 aparecieron dos nuevos poemarios: “De lluvias y regresos”, un texto que “intenso y bello como todo lo genuino, por doloroso que fuere, hace un
espacio a la esperanza; este sentimiento que nacido del deseo y la obstinación,
responde a lo más intrépido y amoroso de la condición humana y respira y se
expande cada vez con más decisión”, consideró Graciela Zanini. Y desde
Bogotá, Colombia, me informaban desde la Editorial Arquitrave acerca de la
publicación de “Coronda”, una especie
de antología que reunía poemas ya editados e inéditos.Aquel bello producto sólo
se distribuyó en las universidades colombianas, según el estilo de Harold
Alvarado Tenorio, a quien agradeceré por siempre su buen gesto y su generosidad
como editor. Por suerte recibí una decena de ejemplares para conservar como testimonio.
En 2007 concurrí al Festival Internacional de Granada, Nicaragua. Una
ciudad de ensueño, con poetas de todo el mundo y con el acompañamiento de la
música folclórica nacional (por ejemplo, la del célebre Carlos Mejía Godoy
entonando su “Nicaragua, Nicaragüita”) y de una comunidad afectuosa. Fue una
semana plena de emociones, de sensaciones irrepetibles. Más allá de las
lecturas y reuniones en distintas sedes y en todos los horarios (mañana, tarde
y noche), en el último día se celebra el entierro simbólico de algún mal o de
algo que afecte a la humanidad. Esa vez, si mal no recuerdo, le tocó a la
intolerancia. Entonces concurren delegaciones de todo el país, con sus reinas y
comparsas, formándose un gran desfile carnavalesco que recorre las calles de
Granada hasta el borde del lago de Nicaragua. Al principio del desfile va una
carroza donde en cada esquina se sube un poeta y lee su poema por los
altoparlantes para todo el público que acompaña desde las veredas. Al final del
desfile viene la carroza fúnebre con su respectivo ataúd y la intolerancia
dentro. Cuando se llega a orillas del lago, comienza la ceremonia de despedida,
arrojando el féretro a las aguas junto a una lluvia de flores. La idea del
festival, año tras año, es despojar del mundo terrenal todos los males que nos
afectan. Y la poesía es la mejor herramienta para expulsarlos. Una hermosa idea
que todos los poetas presentes compartimos: Ernesto Cardenal, Thiago de Mello,
Carlos Germán Belli, Ida Vitale, Waldo Leyva, Norberto Salinas, Paolo
Ruffilli, Luis
Antonio de Villena, Gioconda Belli, Omar Lara, Amir Or, Marco Antonio Campos…
Pero lo más bello lo experimenté en la
pequeña localidad de Masaya, donde se gestó la revolución sandinista. Allí
fuimos con el peruano Renato Sandoval y otros poetas a leer frente a más de
quinientos alumnos primarios y secundarios de las escuelas de la zona. Ellos
nos recibieron con sus bailes típicos y canciones al compás de la marimba, el
instrumento de percusión más tradicional de la música nicaragüense.
En 2008 cambié
mi lugar de trabajo, dejando atrás tres años como coordinador de prensa del
Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad, donde se llevó a cabo una
ardua gestión de mucho esfuerzo, sudor y lágrimas: desde la restauración del
Teatro Colón y el Centro Cultural General San Martín hasta aquel encuentro
entre dos ciudades, Praga y Buenos Aires, a través de dos grandes escritores:
Kafka y Borges. Vinieron escritores checos a dar conferencias sobre Franz Kafka
y desde aquí invitamos a reconocidos escritores y periodistas locales a
participar de animadas charlas sobre el gran escritor argentino y sus
innumerables anécdotas. Pero mi nuevo trabajo me alejó de una vida cultural
activa, porque me involucré con mi profesión de sociólogo y comencé a viajar
por todo el país participando de operativos relacionados con la seguridad
social. No obstante ello, me hice un tiempo para
seleccionar —junto a la escritora Graciela Zanini— a nueve poetas jóvenes
argentinos de diferentes regiones geográficas yregistros poéticos (Andrés Cursaro, Claudia Masin, Silvio
Mattoni, Paula Jiménez, Javier Foguet, Alicia Salinas, Rodrigo Galarza, María Julia
Magistratti y Adrián Campillay) para una edición de Arquitrave en Bogotá,
Colombia.
Aunque,
esporádicamente, continuaba regresando al ruedo: en 2009 participé en la
Alianza Francesa de la presentación de una antología de ocho poetas argentinos
pertenecientes a la provincia de Santa Fe, que
publicó la editorial Abra Pampa en París. Y ese mismo año apareció un
nuevo poemario, “Permanencia”,
editado por el sello Juglaría, de la ciudad de Rosario, o mejor dicho, por mi entrañable
amigo Reynaldo Uribe [1951-2014], a quien extraño mucho. “Este libro encarna el azaroso decurso y hallazgo de lo maravilloso
como culminación de la travesía”, expresó el poeta catamarqueño Leonardo
Martínez [1937-2016], otro ser querido que la muerte se llevó. Al año siguiente
participé del Simposio Internacional de Literatura que organizó en Buenos Aires
el Instituto Literario y Cultural Hispánico, con sede en California, Estados
Unidos. Y en 2011 comenzaron las “travesías poéticas virtuales” entre Paris y
Buenos Aires, con poetas franceses que leían nuestros poemas y poetas locales
que hacían lo mismo con los vates galos. Aquel año culminó con la edición
bilingüe de un libro, con poemas de
todos los participantes, también realizado en París. Y en 2012 viajé a Perú,
para participar del Primer Festival Internacional de Poesía de Lima, organizado
por Renato Sandoval y con más de medio centenar de poetas convocados: el
inolvidable Lêdo Ivo, Carlos Germán Belli, Ana Guillot, Arturo Corcuera, Carlo
Bordini, Jacobo Rauskin, Graciela Zanini, Antonio Cisneros, Omar Lara, Leonardo
Martínez, Julio Salgado, Manfred Chobot, Marco Antonio Campos, Verónica Zondek,
Juan Carlos Mestre, Homero Carvalho, José Ángel Leyva, Ramón Cote, Francis
Catalano, Susana Szwarc y Edwin Madrid, entre los que ahora recuerdo.
13 — Nos acercamos a tu libro de ensayo y a tu último
poemario y a tu 2018.
CB — En el año 2014 la Editorial Ciudad
Gótica, de Rosario, publica mi primer libro de ensayo —o un intento de llegar a
ese género literario—,“Cabeza de Medusa”,
el que trata sobre la creación poética y el entorno social del creador. El
profesor Roberto Retamoso se refiere al mismo indicando que “desde la mirada de Bisso, va de suyo que el
poeta crea a partir de un entorno social. Pero ese vínculo que funciona como un
a priori o supuesto en toda su enunciación, nunca se concibe de manera
determinista y causal, al modo de las antiguas historias y sociologías de la
literatura. Por el contrario, para Bisso hay siempre un hiato, una hendidura,
que separa taxativamente el espacio de la poesía del espacio social en general”.
En fin, estimo, humildemente, que es un volumen para debatir entre colegas y
docentes. Por tal motivo Sergio Gioacchini, el editor, se inclinó por acercarlo
a las librerías que funcionan dentro de las facultades de Letras.
Mi último poemario data del 2016 y
lleva el nombre de “Un niño en la orilla”.
Es un homenaje a Coronda, a mi infancia, a los amigos, emociones y vivencias de
entonces. Pero también dedicado a las dolorosas ausencias y los grandes amores.
Transcribo las palabras del joven poeta corondino León Komoroski, en el prólogo
del libro: “Me permito llamar a César
Bisso el poeta de la memoria, porque no encarcela a la infancia con viejos
almanaques, sino que la echa a volar para que siga viva. Estos poemas son
aquellas bandadas de pájaros que cruzaban el cielo rumbo a las islas. Imágenes y
paisajes, que son también nuestros, y en ellos se vivencia fecundo, constante,
el río. Y ese niño que aún permanece en la orilla”…
Y recientemente,
en enero, participé del XVII Encuentro Nacional de Poetas con la Gente, que se
realiza en la provincia de Córdoba, dentro del Festival Nacional de Folklore de
Cosquín. Los organizadores reunieron a poetas y cantautores de diferentes
provincias, para que el público que convoca el festival pueda acceder a otras
voces, más allá de los grupos y cantantes conocidos. Durante nueve lunas —como
ellos dicen— suben al escenario (ubicado a dos cuadras de la Plaza Próspero
Molina y del escenario llamado “Atahualpa Yupanqui”) tres poetas y tres
cantautores por noche, para ser escuchados por quienes no ingresan al festival
y se quedan deambulando por las cercanías. Y como es libre y gratuito, el
público nos acompañaba hasta después de la medianoche, cuando la otra fiesta
comienza a tomar color. Una interesante propuesta y una buena oportunidad para
reencontrarme con más compañeros de ruta, como Fernando López, Claudio Suárez,
Hugo Rivella, Gerardo Burton, César Vargas, Leandro Calle, Carlos Aprea,
Patricio Torne, Bruno Di Benedetto y Jorge Felippa.
14 — ¿Por qué la poesía…?
CB — La poesía
siempre ha sido para mí una vocación de fe y fidelidad. La fe consiste en
dejarme arrastrar por la pasión. La fidelidad radica en no pensar para quien
escribo. La poesía sólo acontece inesperadamente, por eso brinda emociones
increíbles, difíciles de explicar. Suelo encontrarme con ella inmerso en el don
misterioso de aquellas palabras que sugieren más de lo que dicen. Desde ese
lugar intento la búsqueda de lo inasible, de la verdad que se encuentra alojada
en la profundidad del lenguaje. No me interesa la verdad que proviene de lo
absoluto, de lo instituido, del poder de los mesías; sólo adhiero al espacio
más puro y profundo que ofrece el universo de las palabras, de los
sentimientos, de las imágenes y de las emociones. Al poema hay que hallarlo
sobre un papel en blanco —advierte Maurice Blanchot— si lo que uno busca es la
armonía del lenguaje y sus diferentes acepciones, la posibilidad de viajar por
todos los sentidos y temas, abarcando de diferentes maneras la idea de crear
algo nuevo. Esa es la misión del poeta, su mayor compromiso como creador.
Porque desde la palabra puede transformar el mundo, como pregonaba Gabriel Celaya;
puede hacer llover, como deseaba Paul Valéry; hacer florecer la rosa, como
soñaba Vicente Huidobro. Quiero
decir que de la misma manera que una
mariposa puede ocasionar un terremoto, una sombrilla puede sostener al planeta
Tierra. No importa si es cierto. En la escritura poética no habita la certeza,
sino la permanente sensación de duda, de incertidumbre. Y desde allí trato de
comprender el sentido estético y ético de la poesía. En mi libro “Permanencia”figura un poema titulado “La
faena” y representa, para mí, el derrotero de un poeta en el momento de la
creación, donde todo se transforma en una gran tormenta y frente a ella
aparecen todas las angustias, todos los temores, hasta que algo o nada se nos
revela. Siempre estoy tratando de encontrar desde la escritura nuevas sendas.
No quiero recurrir al oficio de escribir, acostumbrarme a una manera cómoda de
expresar las cosas. Prefiero mirar al mundo desde el borde del poema mientras
espero una epifanía.
15
— “Misión del poeta”, nos decís.
CB — El
poeta debe estar atento a los aconteceres de la realidad social. Simplemente
porque el poeta es un hombre cualquiera, como afirmaba Raúl González Tuñón, y no
debe resignar su condición social, su dialéctica o sus ideales. Pero cualquier
hombre no es un poeta, agregaba don Raúl, y allí es donde prima la voluntad de
escribir acerca de lo que transcurre a nuestro alrededor, sin perder de
objetivo el lugar de la poesía. Fuera de ella todo es posible. Y dentro de ella
también. Pero son caminos diferentes. Eso nos enseña César Vallejo cada vez que
lo leemos, más allá del extraordinario compromiso social y humano que prodigó a lo largo de su vida.Asimismo,
el deseo de vivir poéticamente nos lleva a rozar siempre lo prohibido, ya sea desde lo instituido o desde lo que
queremos hacer y no nos animamos. Vivimos en ese límite. Es un límite que
queremos cruzar. Necesitamos encontrar la senda y, mientras estemos en ella,
seguramente tendremos posibilidades de seguir adelante, de descubrir algo
nuevo. Porque si nos quedamos en el límite, lo más probable es que el mundo se
nos cierre en el primer intento.
16
— El río. Frente al río. El poeta frente al río.
CB — Allí
es donde puedo dialogar conmigo mismo. Es el lugar que tiene que ver con mi historia
personal y con la naturaleza vista como un espejo. Siento el paisaje de mi
pueblo como un lugar alejado del mundo, pero no desde el aspecto físico, sino
desde lo más profundo de mis emociones. Estar frente al río de mi infancia es
como vivir un autoexilio interior vinculado con la memoria, con las pérdidas,
el devenir y el silencio. Pero al igual que sus aguas, todo fluye. Y la memoria
es la herramienta necesaria para escribir mi presente y el río es la mejor
metáfora para plasmar esa sensación,
cuando todo se transforma en poesía. Porque desde una concepción netamente
metafísica creo que la naturaleza cumple la función simbólica de ser el eje del
mundo, el tránsito hacia todos los lugares posibles. Nada se puede hacer sin
ella, tampoco sin el río. La relación río/naturaleza como producto de la
mirada, no de la pertenencia.
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— Amigos, compañeros de ruta te han ido surgiendo y con nosotros compartiste
sus nombres. Circunstanciales unos, entrañables otros y, hasta diría, algunos, imprescindibles.
CB — Los
antiguos griegos llamaban pharusa los
fanales que iluminaban la entrada a los puertos. Desde mi perspectiva literaria
me gustó llamar faros a quienes
supieron alumbrar el sinuoso camino de mi poesía. Sin lugar a dudas esa primera
torre que iluminó al bajel de las ilusiones, como antes te contaba, fue
Francisco Mian, un profesor de Literatura, en mi juventud santafesina. Luego
siguieron otros, como Raúl Gustavo Aguirre y Rubén Vela, en el derrotero de mis
primeros años por la gran urbe porteña. Y después vienen los que remaron (y aún
reman) a la par en la vida, muchos de los cuales ya fui nombrando. Agrego los
de algunos extranjeros con los que alterné en festivales, de entre los más
cercanos al corazón: Zingonia Zingone (Italia), David Castillo (España), Ales
Steger (Eslovenia), Gary Daher Canedo (Bolivia), Luis Bravo (Uruguay), Carlos Enrique Ruiz (Colombia), Gloria
Gabuardi (Nicaragua), Lucy Chau (Panamá), Rogerio Mora (Cuba), Etnairis Rivera
(Puerto Rico), Roberto Arismendi (México), Waldina Mejía (Honduras), Thomas
Boberg (Dinamarca), Adnan Ozer (Turquía), Solange Rebuzzi (Brasil) y José
Muchnik (argentino radicado en Francia).
*
César Bisso selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
El río persigue lo que no fue dado.
¿Bastarían credo, diálogo, letanía,
ascender al espacio de inmortal verdor?
De haber diluvio, sacramento, caos
en el cielo y en la tierra ¿tendría
la eternidad rumbo de aguas estancadas?
Brotan incontables ojos en medio de la isla.
Alrededores de espuma. La serpiente ignora
y desliza fuego de cometa terrenal. El destino
no acaba en su veneno ni en mi resistencia.
Miro el río. Estremece no saber lo que da.
(de “Isla adentro”)
*
Contra viento y marea
I
La palabra desgarra,
grita, alumbra.
II
Desesperar. Seguir siendo.
Quebrarme. Mirar más allá,
a pesar de mí.
Para que pese menos
el silencio.
III
Tiembla
el poema
ante
quien lo desea.
Espejo
abolido
la
impaciencia del fuego.
Marejada
y hambre
donde
crepita el cuerpo
de
la palabra.
IV
Perdida
al fondo de una página,
no
advierte que los párpados
se
vuelven muros.
Y
el poeta resplandece en el infierno.
(de “Lluvias y
regresos”)
*
Pescador del Carancho Triste
El pescador
huele a silencio.
Al alba tiende
las redes en el anchuroso cauce.
Mansamente
rema hacia la otra orilla,
inclina el
torso a un costado de la canoa
y recoge
desde la hondura los frutos sagrados.
El filo del
cuchillo apresura la muerte,
dedos
carcomidos hurgan entre anzuelos.
Al
mediodía, del aro de metal descuelga la carne
y una olla
con grasa caliente la vuelve fritura.
La siesta
traspasa la marisma y venera al sauce.
En el
rancho el hombre friega la oscura corteza,
dispersa
escamas por encima de su compañera.
Fornica
como si alzara con regocijo un dorado.
Después
regresa al oficio de tallar en el agua.
El pescador
nada pide y poco tiene.
En la
pobreza reside su donación a la vida.
Atizado por
el vino, alardea con el nombre del paraje:
“aquí la gente come hasta las tripas de lo
ganado”.
El carancho
vigila, tristísimo, sobre la rama.
(de “Un niño en la orilla”)
*
Criaturas de la orilla
Quien se
desliza por la orilla es el hombre, no el agua.
Ella está
quieta, enlutada de invierno.
Abriga
lívidas criaturas deseadas por el cazador.
El párpado
no se cansa, intuye lo que vendrá.
Sombras
montaraces ondulan el crepúsculo.
El disparo
es silbo de viento perezoso.
Un ruido
expira entre alas de siriríes que se alzan tras los juncos.
El paisaje
transforma el gesto del hombre, no el canto enfurecido.
¿Adónde va
la sangre, dónde cae el plumaje sin cuerpo?
El cazador
alza la presa sobre el hombro y retorna a la guarida.
Los patos
orbitan la orilla. La calma surca el barro.
Sólo el
silencio espera la muerte futura.
El agua es
la última fortaleza.
(de “Un niño en la orilla”)
*
El viaje
A Lédo Ivo
El duende se desliza por las
escaleras del morro
bajo el sordo desamparo de la
noche.
De pronto encuentra la estación
de autobuses
y rodeado de murciélagos aguarda la
hora
cuando la lluvia vomita sobre la
tierra.
Antes, lo vieron vaciar bolsos
malolientes
en busca de un poema extraviado,
alguna vez,
entre la ropa pegajosa de los
pobres.
Aquí no hay nada —le dicen— sólo
dolor disperso
en alcantarillas. ¿Sólo dolor? pregunta,
moroso de frío.
¿Y cómo regreso a casa? ¿Cuál es
la boletería?
El autobús, a punto de partir al
país más profundo,
demora la marcha hasta que leven
sus pequeños pasos.
Llega a sentarse en la última
fila, donde el mar
ya no escucha a las gaviotas
y la tierra se transforma en un
cielo azul, inefable.
(“Inédito”)
*
Caballo de Vivoratá
Solo
en medio del pajonal
envuelto en bruma,
anclado como un álamo.
Solo
sin jinete en el lomo.
Ojos abiertos al
horizonte,
centinelas de su propia
sombra.
Solo
entre fango y
vizcacheras,
hunde sus patas en el
bañado
a la espera de una lluvia
lerda.
Solo
en medio de la soledad
apaga el sol con un
relincho.
Y hace desaparecer la
tarde.
(Inédito)
*
Entrevista realizada a través del correo
electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, César Bisso y Rolando Revagliatti,
abril 2018.
¡Qué buena entrevista! Gracias por la difusión, Alejandra.
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